Domingo, 2 de marzo de 2014
 

COLUMNA VERTEBRAL

Éxito, autoritarismo y democracia

Éxito, autoritarismo y democracia

Carlos D. Mesa Gisbert.- Hace pocos días una joven de menos de 25 años me comentó que en el curso de unos pocos meses varios de sus amigos de la clase media (alta) se habían vuelto evistas. ¿Cuál es la razón? Le pregunté. La respuesta no era muy difícil de intuir. No es una celebración de sus logros de inclusión, fin de la discriminación y reducción del sustrato racista de la sociedad. No, tiene que ver con la idea del éxito.
Morales controla y garantiza el orden a pesar de que seguimos viviendo marchas, manifestaciones, bloqueos, huelgas y ultimatums, una rutina previsible y administrada sin mayores turbulencias desde el poder. Morales le ha dado al país una gran bonanza económica, se pueden hacer buenos negocios, y se siente que hay plata en los bolsillos de la gente. Morales está haciendo cosas que antes no se hacían, el satélite que abaratará los costos de la telefonía móvil y el Internet (aunque los especialistas dicen que no hay relación alguna entre el satélite y las características de la telefonía y el Internet urbano), el teleférico en La Paz, las carreteras de doble vía a nivel interdepartamental, la ampliación de aeropuertos, el gas domiciliario, el gas vehicular,las canchas regadas por todo el país...
De pronto, la clase media joven se acerca al gobierno. Chicos que hoy tienen entre 18 y 22 años, cuando el gobierno de Morales comenzó tenían entre 10 y 14 años, en otras palabras, sólo conocen a Morales como primer mandatario.
¿Cuáles son los argumentos de quienes sostienen que Morales debe irse? En lo económico, que la bonanza no es su mérito, que a estas alturas la burbuja del éxito es riesgosa, que no se aprovechó este periodo extraordinario único en la historia para consolidar una matriz productiva nueva, que se ha fracasado en los grandes proyectos del hierro, el litio y la petroquímica, que nuestra dependencia de materias primas es cada vez más aguda y riesgosa. Mencionan también el desmesurado gasto público, innecesario y típico de una política prebendal. El desperdicio de una oportunidad, la de una masiva inversión extranjera que impulse el crecimiento en sectores sensibles con añadido de innovación y tecnología como ha ocurrido en Chile y Perú. ¿Está Bolivia preparada para una desaceleración significativa de la economía? ¿No se está produciendo una caída de los precios de los minerales que representan casi un tercio de nuestros ingresos?
Pero en el debate se habla menos del punto más crítico, el más sensible y el que hoy afecta menos al gobierno, el que tiene que ver con los valores democráticos, que parece que no será la cuestión principal de la campaña política.
El déficit mayor de este gobierno tiene que ver con su vocación intrínseca de poder. Aquello que los masistas demandaban de manera radical cuando estaban en la oposición: libertad, pluralismo, espacios iguales para todos en las esferas de decisión, independencia de poderes y respeto a las instituciones (el vicepresidente y el presidente se beneficiaron de la aplicación de la ley, en el caso de una detención bajo acusación de terrorismo y el riesgo de prisión tras la expulsión del congreso).
Es el espíritu autoritario, es la falta de respeto a los derechos humanos en casos de judicialización de la política, en interminables e injustificables detenciones preventivas, en fallos del poder judicial bajo evidente presión del poder ejecutivo, en la habilitación inconstitucional del mandatario para una nueva elección, en el incumplimiento de la norma de la Carta Magna de consulta previa a los indígenas en el caso del Tipnis, en la sordera total para escuchar lo que el pueblo dijo en la elección judicial (un clamoroso “No” vía votos nulos y blancos a una elección mal concebida y peor ejecutada).
La democracia no es sólo la legitimidad de origen que te da una mayoritaria elección por voto popular. Criterio, por cierto, que ha sido reivindicado de manera sistemática y reiterada por los movimientos populares que exigieron una democracia que no terminara en el voto cada cinco años. Pues en este caso, el voto cada cinco, o tres, o dos años, parece el único mecanismo de participación de la gente.
Es el ejercicio legítimo de ese voto el que retrata el funcionamiento democrático. Lo notable en este caso es que el presidente y el gobierno, sobre todo a partir de su segundo mandato, no necesitan un ejercicio autoritario, podrían gobernar con éxito, dadas las condicione económicas, sin necesidad de cerrarse al diálogo, sin necesidad de bloquear el pluralismo, sin necesidad de controlar de manera secante todos los poderes del estado. Se trata, en consecuencia, de algo más que forma. Es fondo. La errada teoría de que esta es una revolución. No, esta no es una revolución, es un proceso de transformación en el marco de una democracia, con todo lo que ello implica.
Pero volvamos al principio. La buena situación económica, la sensación de éxito, la seguridad material...están adormeciendo nuestro espíritu, nos hacen pensar que lo sustantivo se volvió adjetivo. No, lo sustantivo, la libertad, los derechos, el pluralismo, la alternabilidad en el gobierno, la libertad de pensar, decir, elegir y ser elegido en condiciones iguales (las condiciones de esta elección no son ni mucho menos iguales para gobierno y oposición), son parte de nuestros derechos fundamentales.
El gobierno ha logrado a estas alturas mostrarle resultados al país, y recordarnos todos los días unas cifras macroeconómicas espectaculares que más de una vez disfrazan nuestra pobreza estructural. El gobierno ha logrado avances sociales simbólicos y materiales muy importantes, sin duda, pero debajo del celofán democrático, sigue latiendo un corazón autoritario, y ese corazón subvierte valores que son inherentes a nuestra naturaleza.
El desafío está en que pruebe que puede ir de la mano del éxito, sin jugar con trampa. En mi opinión, no la necesita. Lo grave es que no sabe hacerlo de otra manera.