Viernes, 7 de marzo de 2014
 

EDITORIAL

Sólo 75 muertos, ¿un gran logro?

Sólo 75 muertos, ¿un gran logro?



Bolivia se destaca entre los más afectados por la violencia cotidiana. Reducir el problema a las frías estadísticas no ayuda a darle la debida importancia

Como todos los años, en cuanto se dan por concluidos los festejos carnavaleros, aunque es bien sabido que éstos suelen prolongarse más allá de lo que manda el calendario, el Ministerio de Gobierno presenta al país un detallado informe oficial sobre el número total de personas asesinadas, violadas, heridas, accidentadas y, en general, muertas por cualquiera de las muy diversas causas atribuibles al desenfreno con que los bolivianos solemos dar rienda suelta a nuestro espíritu festivo.
Este año, según el mencionado informe oficial, se registró un total de 70 muertes, 15 por homicidios, suicidios y asesinatos, 37 por accidentes de tránsito y otras 18 por causas diversas pero relacionadas con los festejos entre sábado y martes. El Ministerio prefirió no incluir en ese balance a las cinco personas muertas y heridas como consecuencia de la caída de un puente metálico durante la entrada de Oruro, a pesar de que son las víctimas más obvia y directamente atribuibles a la causa carnavalera, por considerar que se trató de un accidente "no atribuible a hechos de sangre o violencia" contabilizados en el reporte oficial; argumento poco convincente, pero muy útil para proyectar la imagen de cierta mejora en relación a los años anteriores.
De cualquier modo, más allá de las sutilezas estadísticas, lo cierto es que se trata de cifras alarmantes, por decir lo menos. Y de muy poco consuelo sirve la segunda parte del informe ministerial, según la que se habría logrado una mejora del 27 por ciento en relación a la cantidad de víctimas contabilizadas durante el año anterior, abundando en operaciones aritméticas mediante las que se pretende mostrar una disminución de los casos reportados.
Desde cierto punto de vista, el hecho de que las sumas y las restas arrojen como resultado una disminución aparentemente significativa de la cantidad de sangre vertida por diferentes causas puede parecer una muy buena noticia. Y si algún mérito en tal balance tiene el Ministerio de Gobierno y las instituciones que de él dependen, no habrá por qué escatimar elogios, pues podrá suponerse que es gracias a su labor preventiva y represiva que tal disminución se produjo.
Sin embargo, y para evitar que un asunto tan grave sea reducido a la frivolidad estadística, vale la pena recordar que cuando de un asunto tan grave como éste se trata no debería haber lugar para la banalización y mucho menos si se lo hace, como aparentemente ocurre en este caso, con fines propagandísticos.
Antes de que las autoridades responsables de velar por la seguridad ciudadana caigan en la tentación de ocultar la gravedad de la realidad con malabarismos estadísticos, conviene recordar que según todos los estudios sobre la materia, Bolivia se destaca a nivel mundial por lo elevados que son, durante todo el año, sus indicadores de violencia física y sexual. Y si tales indicadores se acentúan durante los festejos carnavaleros es única y exclusivamente porque durante estos días también se acentúan las principales causas de la violencia cotidiana.
Desconocer esa realidad, o pretender reducirla a cálculos aritméticos, sólo sirve para eludir la urgente necesidad de hacerle frente con toda su crudeza.