Domingo, 9 de marzo de 2014
 

COLUMNA VERTEBRAL

Moonfire

Moonfire

Carlos D. Mesa Gisbert.- Extraña combinación entre la épica y la desesperanza, entre la finitud y la sensación de invencibilidad, entre la soberbia y la conciencia de nuestro tamaño verdadero.

Hace poco me encontré de casualidad con el excepcional libro de Norman Mailer, Moonfire (1971, republicado en una bella edición ilustrada de Taschen en 2009), sobre el viaje a la luna del Apolo 11.

Mailer compara el despegue del Saturno V con Moby Dick, la ballena blanca. Sugiere la imagen en dos sentidos, el espíritu indomable del capitán Acab y su Leviatán como un demonio interior, él mismo. La nube blanca de condensación alrededor del cohete generada por la bajísima temperatura del hidrógeno líquido, se parece mucho a la nube de espuma y agua del chorro que expulsa el cetáceo al salir a la superficie. El color níveo de ambos cuerpos, imaginados como uno solo, se funde en el momento en que el aparato comienza su despegue. Es el comienzo de la aventura humana hacia las estrellas que arrastra consigo el peso inmenso y doloroso de una sociedad desgarrada. 1969 fue en Estados Unidos el año de Woodstock, el de la escalada de Vietnam que comenzó a administrar Nixon, el de la contracultura, el de las intensas experiencias con el LSD, el de Abbey Road y Let it Be…
El Apolo 11 con sus tres tripulantes define la condición humana, el guiño de una conciencia individual y colectiva que se disuelve a los ojos del casi millón de personas que miran cómo el fuego inmenso de la nave –la mayor que haya generado nunca una máquina hecha por el hombre– se hace uno con el azul-negro del espacio exterior. El viaje que los astronautas no elaboran en su profunda dimensión sino como lo que son, experimentados pilotos, ingenieros y técnicos, lleva consigo la llama interior de la humanidad, un fuego cuyo destino de epopeya se convierte en un simple guiño en la inmensidad del espacio. Contrapone el infinito y el grano de polvo, desafía al tiempo y se hunde en su implacable dimensión, alcanza velocidades de vértigo y parece una pluma detenida ante la falta de brisa.
La sinrazón de Acab que persigue a su alma, a su infierno, a sí mismo, que se entrega a una causa que no es otra cosa que su propia muerte, se desplaza a veintisiete mil kilómetros por hora tras una quimera que nos haga grandes.
¿Hay preguntas esenciales? ¿Hay respuestas esenciales? ¿Es verdad que la esperanza existe? ¿Qué ocurrirá cuando en el tránsito del tiempo geológico la especie humana desaparezca y no deje tras de si otro rastro que el polvo estelar del que surgió?
Neil Armstrong no fue exactamente Cristóbal Colón. En el siglo XV la ruta a descubrir en esa tierra incógnita, era más incierta que la que casi medio millón de personas contribuyeron a hacer posible en el siglo XX detrás del inmenso impulso del complejo del proyecto Apolo. Ambos, Armstrong y Colón nos recuerdan las dos cosas, la valentía en el emprendimiento y su ser perecedero.
En Moonfire, Mailer deja entrever nuestra naturaleza, la pertinacia de la inmortalidad buscada, nuestra ancha veta espiritual, el momento intransferible del fin y la posibilidad de acercarnos al espejo de la trascendencia. El espejo material de nuestros cuerpos se mira cada mañana, de cada día, de cada año que transcurre. La verdad de ese espejo es la finitud, el acabarse, el descender al agujero negro de la vejez y sus carencias, el asumir la fatuidad de nuestros sueños de grandeza. El otro, el de la esperanza y el de la fe, es el que nos conecta a la ilusión de lo divino, a la compensación más allá de nosotros mismos, a la fusión con un ser total y eterno que parece estar más allá de las estrellas.
El joven astronauta que pisó la Luna por primera vez en la historia humana, devino en anciano respetable, pero anciano al fin. Murió a los 82 años por complicaciones postoperatorias de una cirugía cardiaca. Bien le cabría el título del último libro de Vargas Llosa, El Héroe Discreto. Lo que de él se recuerda es la célebre frase que dijo al poner el pie en nuestro satélite: “Este es un pequeño paso para un hombre pero un gran salto para la humanidad”. Ese gran salto nos da la perspectiva de lo que realmente somos y lo que realmente significamos en términos absolutos. Lo que importa en ello es la mirada del tiempo, desde el tiempo o desde fuera de él, la conciencia del transcurrir y el sentido o el sinsentido de la historia, en tanto parte del devenir humano atrapado en la corporeidad y anhelante de la permanencia eterna del espíritu.
En medio del trueno ensordecedor del fuego físico y poético del viaje lunar del Saturno V, aparece la gigantesca ballena blanca que obsesiona a Acab. Sale desde las profundidades, captura a los pequeños hombres y se los lleva en un viaje imposible al infinito.