EDITORIAL
Una nueva etapa democrática en Chile
Una nueva etapa democrática en Chile
Si bien hay que mantener la legítima demanda interpuesta ante La Haya, parece que ha retornado la hora de la diplomacia y la prudencia
En un marco de sobria solemnidad, ayer se realizó el traspaso del mando presidencial en Chile. Se trató de una ceremonia en la que en los lugares privilegiados del Palacio Legislativo de Valparaíso, se encontraban los mandatarios que desde el retorno a la democracia de ese país se sucedieron en la presidencia gracias al voto popular, y los dignatarios extranjeros que, expresando el pluralismo político existente en la región, dieron aún más realce al acto.
Fue, sin duda, un acto republicano de enorme significación en una región donde, lamentablemente, más bien predominan profundos enconos y un cada vez más generalizado olvido de formas democráticas de convivencia política.
La posesionada Presidenta deberá afrontar una serie de retos que han surgido como demandas ineludibles para el desarrollo de su país y la mantención de la legitimidad democrática. Temas como el mayor acceso al sistema educativo, una reforma tributaria y de la Constitución Política heredada del régimen dictatorial, se han convertido en las tareas más complejas a acometer.
Y lo debe hacer con una coalición que no es la que la apuntaló en su primera gestión. La inclusión de dirigentes, por ejemplo, del Partido Comunista –cuya identidad democrática ha sido puesta a prueba al exigir a la mandataria una declaración a favor del régimen familiar-militar de Venezuela– que deben convivir el Partido Demócrata Cristiano, le exige una mayor dedicación a las divergencia internas. Sin embargo, el carisma de Bachelet, unido al amplio respaldo popular con el que asume por segunda vez la Presidencia son factores que la ayudarán a sortear los obstáculos que seguramente aparecerán en la aplicación de su programa de gobierno.
Además, no hay que olvidar que Bachelet deberá enfrentar una oposición conservadora radical, herida por una derrota electoral contundente que la ha dividido internamente, situación que puede ser el acicate para que se dé un concurso de radicalidades que pueden afectar la convivencia democrática en Chile.
Sin embargo, aún es fuerte el fantasma pinochetista que, más allá de los problemas que genera la administración estatal, se convierte en un permanente apoyo para poder relegitimar el sistema.
En cuanto al país, obviamente se abren nuevas oportunidades. Sin que se cree un falso optimismo, las primeras señales que ha dado a Bolivia deben ser atendidas con la debida ponderación. El nuevo Canciller –eminente diplomático– ha expresado el interés chileno en entablar conversaciones y si bien la mandataria ha ratificado como su agente principal en el proceso que se sigue en La Haya a un “halcón” de la diplomacia chilena, también ha nombrado, como “co agente” a una ilustrada personalidad, estrechamente vinculada con la defensa del sistema interamericano de derechos humanos.
Por ello, hay que insistir en que si bien hay que mantener la legítima demanda interpuesta ante La Haya, parece que ha retornado la hora de la diplomacia y la prudencia. Es de esperar, pues, que la reelección de Bachelet sea auspiciosa para la atención a nuestra indeclinable demanda: obtener una salida soberana al mar.
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