Miércoles, 12 de marzo de 2014
 

ESCENARIO GLOBAL

El destino de Crimea

El destino de Crimea

Alberto Zelada Castedo.- Por el momento, la península de Crimea en el Mar Negro es una república autónoma que forma parte de Ucrania. Este régimen jurídico especial le fue acordado después de que en 1954 quedó bajo la soberanía de esta última por voluntad del Gobierno de la Unión Soviética.
Como consecuencia de los cambios producidos en el Gobierno de Ucrania, la inestabilidad y la incertidumbre se han instalado en todo el país. En primer lugar, el nuevo Gobierno no consigue aún afirmar su legitimidad interna ni su reconocimiento externo. Internamente, está cuestionado por los ciudadanos de origen ruso que, en un buen número, están asentados en su mayoría en el oriente y el sur del país. Externamente, cuenta con el reconocimiento de sólo Estados Unidos y la Unión Europea y no así de Rusia. Por consiguiente, es difícil saber de qué manera logrará imponer su autoridad ni de qué modo gestionará las relaciones internacionales de Ucrania.
Sin embargo, dados los fuertes intereses estratégicos de Rusia en Ucrania, la incertidumbre que por el momento provoca más inquietud es el destino de Crimea. Esta muy conocida región por haber sido el escenario de una de las guerras internacionales más crueles del siglo XIX y la sede de una de las más importantes reuniones de los máximos líderes de las potencias aliadas poco antes finalizar la Segunda Guerra Mundial, se encuentra a punto de pasar nuevamente a la historia.
Aproximadamente el 60 por ciento de los habitantes de Crimea son rusos o de origen ruso, 20 por ciento ucranianos y 20 por ciento tártaros. Pero, lo más importante, tal vez, desde el punto de vista de los intereses de Rusia es que en el puerto de Sebastopol, el más grande e importante de la península, está asentada la poderosa flota del Mar Negro. Vale decir, el medio en el cual Rusia asienta sus posibilidades de acceso al Mediterráneo y, por esta vía, al Medio Oriente y el Atlántico.
La primera causa del incierto futuro de la península deriva de la “declaración de independencia” aprobada, el pasado martes, por 78 de los 81 diputados que integran el parlamento de Crimea. Por obvias razones, este acto es considerado ilegal por el nuevo Gobierno de Ucrania.
A este primer factor de incertidumbre, se añade el probable resultado del referéndum, también convocado por el mismo parlamento, sobre un posible pedido de integración de Crimea a la federación rusa. Muchos observadores conjeturan que la mayoría de los electores se inclinará por solicitar esa adhesión. De ser así, correspondería a las autoridades autónomas de la península tramitar la misma frente al Gobierno ruso.
Según Steven Pifer, ex embajador de Estados Unidos en Ucrania, si el referéndum se lleva a cabo, el presidente Vladimir Putin enfrentaría dos posibles cursos de acción alternativos: anexar simplemente Crimea después de que el Parlamento ruso se pronuncie sobre el asunto o mantener la situación la península en una especie de “limbo”, o sea, sin definir su “status”. La primera vía tendría sus costos en las relaciones rusas con Ucrania, Estados Unidos y la Unión Europea. La segunda traería aparejada la posibilidad de que, en cualquier momento, el nuevo Gobierno de Ucrania, una vez asentado nacional e internacionalmente, intente la recuperación de la península.
Los interrogantes sobre el futuro de Crimea no son, por supuesto, los únicos en este momento. Existen otros, no menos inquietantes, que provienen de la manera en que podrían ser resueltas las relaciones entre el nuevo Gobierno de Ucrania y la población rusa o de origen ruso. En esta cuestión no es irrelevante la actitud y las acciones de los actores externos. Desafortunadamente, el acuerdo logrado, con los auspicios de algunos países europeos, cuando todavía Víktor Yanucovich era presidente, no fue puesto en aplicación. El mismo tenía dos elementos –una reforma constitucional y elecciones generales a corto plazo– que pudieron haber contribuido a superar los enfrentamientos políticos.
A pesar de que la crisis ucraniana es un proceso global y complejo, se insinúa cierta tendencia a una separación entre dos cuestiones básicas: la cuestión de la gobernabilidad del país y la cuestión del destino de Crimea. La primera está más confinada al espacio interno, a pesar de sus roces con factores y fuerzas externas. La segunda, en cambio, tiene más fuertes connotaciones externas al estar en juego no sólo la integridad territorial de Ucrania sino la seguridad de Rusia. De todas maneras, no se ve, con total claridad, si sería posible separar efectivamente ambas cuestiones y si al hacerlo se conseguiría mejorar las condiciones para retornar al equilibrio y la normalidad.