Viernes, 14 de marzo de 2014
 

BARLAMENTOS

Deseo proyectivo contra anti-modelos del fracaso

Deseo proyectivo contra anti-modelos del fracaso

Winston Estremadoiro.- Sin llegar a la obsecuencia claudicante, de cuando en cuando me pregunto si debo alabar determinadas políticas de este Gobierno. Cómo no, si me guía el deseo proyectivo de que Bolivia progrese. La realidad empuja a rumbo contestatario, aunque hoy se observen atisbos de cordura en el discurso oficialista, quizá por el electoralismo interesado de las próximas justas. A esta cavilación me llevó un artículo de Luis Esteban Gonzáles Manrique, intelectual latinoamericano de variedad peruana, que reside en España.
Un último artículo suyo, titulado “Argentina y Venezuela, el anti-modelo de la izquierda”, analizaba dos paradojas. Si en 1914 la renta per cápita argentina le situaba entre los 16 países más ricos del mundo, ¿por qué hoy está por debajo de las chilenas y uruguayas, y Colombia, con la cruz de la guerrilla a cuestas, le ha superado en poderío económico? En 1950, Venezuela tenía la mayor renta per cápita de América Latina, y entre 1980 y 1995 cayó casi 20%; hoy no produce casi nada, con buenos precios sus ingresos petroleros no le alcanzan, la inflación se los come, hace semanas la gente protesta en las calles.
En la década pasada ambos países se ubicaron “en la vanguardia de la nueva izquierda latinoamericana”. Los regímenes de los Kirchner en Argentina y del chavismo en Venezuela denunciaron las políticas neoliberales del FMI. El aumento de las tasas de crecimiento –entre 2004 y 2008 el PIB argentino creció a un promedio de 8.5%; el venezolano a un vertiginoso 10.4%– insuflaron aire caliente a la ilusión de que otra política económica era posible, alejada de los dictados del ‘imperio’. Parece que fue otro episodio del ciclo de auge y reventón (boom and bust), vinculado al alto precio de commodities y materias primas. En efecto, en 2002 el precio de la principal exportación argentina, la soja, estaba en 500 dólares la tonelada; en 2008, superó los 1.600 dólares. En 1999 el petróleo venezolano se vendía en 10 dólares el barril; en 2008, llegó a los 150 dólares. Condiciones ideales para cualquier gobierno sensato.
Según G. Manrique, los gobiernos de los Kirchner y el de Chávez y su penoso sucesor estuvieron signados por el populismo despilfarrador. Ambos modelos económicos pasaron “por la misma secuencia de expansión del gasto público, crecimiento de la masa monetaria y del déficit fiscal, inflación, carestía, devaluación, caída de la recaudación tributaria y fuga de capitales”. No convence la reciente nota del Embajador argentino en Bolivia, y su blablá de que “los commodities de la soja o en el caso de Venezuela el petróleo, fueron utilizados para provocar la distribución de la riqueza más importante que tuvieran los países de la región en su historia”. Quizá hablaba de vivillos en su país, o de ‘boliburgueses’ en la patria de Bolívar.
¿Cómo andamos por casa? G. Manrique alaba el caso de la economía boliviana como “el más sorprendente”, “creció el año pasado un 6.5%, una de las tasas más altas de la región y la más alta en 30 años. A pesar de su discurso radical, el gobierno boliviano ha contenido la inflación y mantenido los equilibrios presupuestarios”.
Los laureles bolivianos son meritorios, pero insuficientes. En un país despoblado, es ilusorio realzar que el ratio de las reservas de divisas supera el 50% del PIB, más que China. Reducir la pobreza extrema de 38% en 2005 a 24% en 2014, quiere decir que todavía unos 2.5 millones de compatriotas son muertos de hambre. La reducción de la pobreza extrema tiene vigencia limitada si no se acompaña de medidas para atacar la desigualdad.
Por años he sostenido que para entender lo que está pasando en Bolivia, basta mirar en espejo venezolano. Su caterva de ‘boliburgueses’ y ‘bolichicos’, que han lucrado del auge petrolero y del nepotismo haciendo fortunas en nombre de los desposeídos, puede tener su equivalente en nuestro país. Hay que mirar a Chile, que quizá no concederá mar en términos ansiados, pero de cuyo nuevo Gobierno pudiéramos aprender reformas para reducir la desigualdad.