Nuestra condición divina
Nuestra condición divina
Jesús Pérez Rodríguez, OFM..- Ha pasado una semana de la cuaresma, del llamado fuerte a la conversión, y el domingo pasado, domingo de tentación, contemplamos a Jesús sujeto a las tentaciones como cualquier humano. Hoy, segundo domingo de cuaresma, vemos y contemplamos a Cristo transformado o divinizado en el Monte. No hay duda alguna, que todos somos necesitados de la ayuda divina, porque estamos expuestos a la tentación. Jesús fue tentado pero no cayó en el pecado, san Pablo dice: "igual a nosotros excepto en el pecado".
Todos los años, el segundo domingo de Cuaresma contemplamos a Jesús en su Transfiguración ante los tres apóstoles escogidos para ese momento de cielo: Pedro, Santiago y Juan. Si el domingo pasado mirábamos a Cristo en su ser humano y éramos animados a luchar en la palestra diaria, ahora no es menos necesario contemplarlo en su ser divino, para que fortalezcamos nuestra esperanza en el ser divino que hay en cada uno, desde la creación y, especialmente desde nuestro bautismo. Jesús preanuncia la gloria de Resurrección y señala como un anticipo de su humanidad que ha de ser transformada o transfigurada. Es una invitación a verlo como es, o sea, Dios, y también a vernos a nosotros mismos en la condición divina, en nuestro ser semejantes a Dios.
La Transfiguración de Jesús era en el mismo cuerpo que tomó carne de la Virgen María en el momento de la encarnación, este es el que se transfigura y, más tarde, resucita. Este mismo cuerpo humano y transfigurado es el que está en el cielo. Jesús no descartó su cuerpo humano, ni en la transfiguración ni en la resurrección. El cuerpo humano ha sido creado por Dios tal como lo vemos. Para cada uno el cuerpo humano no será cambiado por otro pero sí será transformado, aunque haya sido incinerado o permanezcan nuestros huesos, "para Dios nada hay imposible". Al resucitar todos sentiremos que nuestra persona es la misma que era al morir pero transformados, resucitados para gloria de Dios y alegría nuestra.
La Cuaresma es un tiempo para orientar todo lo que hacemos hacia el bien. La vida espiritual o cristiana no ha de basarse en el desprecio de la naturaleza humana. Todo debe servir para sembrar y alcanzar la renovación interior del hombre nuevo creado en el bautismo. La conversión o transfiguración es a donde deben tender nuestros esfuerzos cuaresmales para vencer el mal a base del bien. Todo debe estar al servicio del amor.
La figura de Abraham que se proclama en las lecturas de hoy, aparece Dios llamándolo y Abraham respondiendo con una entrega total, sin titubeos. El apóstol Pablo aplica la vocación de Abraham y su respuesta de fe, a los cristianos en la persona de Timoteo. Es muy importante leer esta carta en el ambiente cuaresmal, en esta segunda semana.
El Papa Francisco en su exhortación postsinodal "Evangelii Gaudium" nos llama vivir y anunciar con alegría y evitar la mundanidad. Nos advierte que la mundanidad en la que viven tantos cristianos no está de acuerdo con los principios de la vida cristiana, nos llama a una vida en Cristo según las fuerzas que Dios nos da. Es un llamado a tomar en serio que nuestra vida esté acorde con el evangelio, con la vida de Cristo. Un llamado a tomar en serio el ser discípulos misioneros, a "tomar parte en los duros trabajos del evangelio". Me da pena que estos llamados reiterados del Papa Francisco no tengan mayor cobertura en los medios de comunicación.
En la cuaresma, la figura de Abraham a quien Dios le pidió que "saliera de su tierra", o sea, que rompiera con el pasado, sin saber a dónde iba a ir, es una invitación para todos al desarraigo, a no vivir instalados, pues como nos enseña el Papa, lo más llamativo es que cuando Dios llama a Abraham, este es un pagano. Abraham inició un proceso de conversión en la respuesta. El itinerario en la fe le fue muy duro.
Al igual que Abraham, todo bautizado es un llamado. Este llamado hay que revisarlo y reavivarlo a lo largo de este tiempo de cuaresma, ¿Nos sentimos llamados de Dios en todo momento? ¿De qué tendríamos que despojarnos para poder seguir a Cristo en fidelidad? La vocación cristiana como la de Abraham lleva aneja una alianza y una promesa de bendición condicionada por una respuesta de fe.
Cristo llegó a la gloria de la Resurrección siendo obediente y fiel a la voluntad del Padre. Por la cruz vamos a la alegría de la Pascua. Se pone delante del cristiano el hecho de la Transfiguración para animarnos a asumir la propia cruz, la que nos toque, no la que quisiéramos. La cruz no es destino cuanto camino a seguir para llegar a la felicidad perfecta en el reino de los cielos.
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