OBSERVATORIO
Las patas cortas del terrorismo
Las patas cortas del terrorismo
Demetrio Reynolds.- En la historia del mundo policial una cosa está averiguada: no hay crimen perfecto. Es una lucha entre la verdad y la mentira. Aquélla tiene por aliado al tiempo, y ésta termina casi siempre derrotada. Los malhechores, sean políticos o no, saben que la silla del acusado les espera; algún día, a veces más temprano que tarde, comparecerán ante al juez supremo de la verdad y la justicia.
Pese al impacto y la profusión de falacias difundidas, circuló como vox populi una hipótesis que el tiempo se encargó de probar. Después de la “media luna” y Conalde, Santa Cruz era último bastión de resistencia. ¿Cómo doblegarlo? Los estrategas palaciegos recordaron el emblemático caballo de Troya y la caída de Atahuallpa: en minutos, sin disparar un tiro. Puede condensarse en una palabra: astucia. Es fama que la mínima vulpeja abatió al poderoso león.
Por sus antecedentes intelectuales y guerreros, Rozsa es todo un personaje. ¿Quién le contrató para apoyar el supuesto “separatismo cruceño? La versión de que fue la élite camba no encaja, sobran piezas y quedan vacíos. En cambio, la hipótesis rival de que fue el propio gobierno, se ajusta con gran precisión. El 16 de abril de 2009 el terrorismo en el hotel “Las Américas” fue ejecutado por la Utarc, cuya intervención fue expresamente ordenada por el Presidente. Los muertos no hablan, por eso fueron acribillados Rozsa y sus compañeros.
Después de ese luctuoso episodio, entró en escena el fiscal de materia, Marcelo Soza; fue su turno, con la misión de involucrar a líderes cruceños en planes ficticios de terrorismo, separatismo y alzamiento armado, “por orden del gobierno, sin ninguna prueba”. Cumplió con despótica drasticidad; daba miedo el hombre, era la soberbia del poder encarnado; dicen que a su paso generaba terror.
La fuga es el epílogo de una tragicomedia fantástica. Se anota en la lista que certifica la eficiencia policial en las fronteras del país. Igual que Pinto y Ostreicher, pasó sin novedad por los 21 puntos de control, no se atrevieron a reconocerlo. Los tres, por diversos motivos, eran brasas calientes. Lo de Soza parecía muy serio, por eso el Fiscal General le puso la nota humorística: ordenó trancar el corral cuando ya estaba fuera el… reo.
No tenía que haberle ido tan mal. Nadie premia con largueza la lealtad y castiga con severidad la rebeldía, como este gobierno. Es que Soza se salió del libreto e infringió las reglas del juego. Pudo haber sido por lo menos embajador, igual que ese “otro” que cotizó caro su silencio, pero no pudo sustraerse a la tentación del maletín con los “verdes” e incurrió en el delito de extorsión, convirtiéndose --ipso facto-- en “corrupto y delincuente confeso”.
Su carta es denuncia y confesión a la vez. Se confirma en sus palabras que en el hotel sólo hubo un terrorismo de Estado, y se recurrió al soborno para comprar testigos falsos; él fue “vilmente utilizado” con fines políticos para luego ser abandonado. “¿Ese es el pago que recibo?”, se pregunta angustiado Soza. Sabe ahora lo que duele el exilio forzoso y el “calvario que sufre la familia”.
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