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Mi padre, mi viejo
Mi padre, mi viejo
Rodolfo Mier Luzio.- En la mayoría de las veces, el amor filial está quieto en un rincón de la casa, empolvado, olvidado. La figura del padre es nada más que eso, una figura llena de arrugas y de canas mal peinadas. Un montón de experiencia callada. Un corazón que late apresurado por las penas o por las alegrías de aquellos que crecieron junto a él… de aquellos que vinieron de él.
Es el viejo, el que derrama una lágrima cuando ve que los hijos han logrado abrirse paso en la vida y se han graduado de la universidad. Podría decir: ¡¡Misión cumplida!! Pero no, no lo hace porque sabe que su misión sólo terminará cuando termine su vida. Yo observo ese pasado que oculta tantos desvelos, tantos sueños, tantos consejos olvidados; todos los sueños de mi infancia los observo con gratitud y nostalgia.
Innecesaria e injustamente al padre se lo hace ver como la figura del ceño fruncido, que inspira miedo e infunde forzado respeto. Cuando los años pasan, no vemos sino a una persona de lento caminar por el peso de los años; tremendamente tierno y cansado de obligarse a mostrar la figura seria e imponente, que inspirara respeto para cumplir con la obligación de educar a los hijos de la mejor manera posible. Para el bien de ellos, de la familia y de la patria.
Mi padre, mi viejo, no ha muerto, simplemente se esfumó en el infinito y me manda recuerdos con sus enseñanzas de vez en cuando. Con su amistad y confidencias vive en mí, como parte de los anhelos, los que los he transferido a mis hijos. Hoy recuerdo a mi viejo, y en él a todos los padres presentes y a los padres ausentes. Recuerdo a mi viejo, a aquel hombre que cuando de niño lo veía gigante. Hoy que soy adulto, lo veo más grande aún.
Así se cumple la ley de la vida, mientras unos llegan otros se van después de haber cumplido con la misión encomendada aquí en la tierra, queridos por unos hijos, por otros no tanto; pero, eso para él eso irrelevante; con su fortaleza compensa lo que no recibió y lo transforma en un profundo amor que lo brinda sin retaceos, a todos por igual.
No le importa estar en un rincón del olvido: su mirada brilla en la oscuridad del abandono cuando ve crecer a sus hijos y transformarse en hombres y mujeres de bien.
Felicidades queridos padres. Que la hayan pasado bien el 19 de marzo, el único día dedicado a recordar al padre... al “viejo”.
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