Domingo, 23 de marzo de 2014
 
Torturado por la sed

Torturado por la sed

Jesús Pérez Rodríguez, OFM..- Ya han pasado dos semanas y algunos días más que hemos iniciado el tiempo sagrado de la Cuaresma. En el primer domingo se nos presentaba el diagnóstico de la persona humana y en el segundo veíamos el pronóstico. Y, desde el inicio de la Cuaresma, se nos está invitando a entrar de lleno en el desierto de nuestro corazón para encontrarnos a solas, de corazón a corazón, con Cristo nuestro Salvador y Redentor. El desierto es un escenario bíblico que nos sirve en el itinerario hacia la Pascua.
Durante tres domingos se nos señalan evangelios llamados bautismales del evangelista Juan. El tema de este tercer domingo de Cuaresma es el AGUA. Un tema evocador del bautismo que los cristianos hemos recibido. En la noche de Pascua renovaremos nuestro bautismo. En la primera lectura contemplamos al pueblo de Israel “torturado por la sed”. La sed es terrible, peor que el hambre. El pueblo sin agua mientras caminaba por el desierto hacia la tierra prometida perdió la confianza en Dios y en Moisés
Toda persona está necesitada de apagar su sed espiritual: necesidad del sentido de la vida, necesitada de afecto y de tantas cosas parecidas. San Agustín lo expresa maravillosamente: “Nos has hecho, Señor, para Ti, y el corazón está inquieto, hasta que no descanse en Ti”. Así es el corazón humano de inquieto, sediento y atormentado. No nos asustemos de entrar dentro de nosotros mismos, esto es muy conveniente y sano, especialmente en este tiempo de la Cuaresma. La vida cristiana no siempre es una tasa de leche o un mar sereno pues el diablo nos ronda con sus tentaciones, dudas y rebeliones interiores más o menos solapadas.
El evangelio de la mujer samaritana es de una gran riqueza humana y espiritual y contiene un diálogo sumamente ágil y nos revela las profundidades del corazón de cada persona. Vale la pena analizar este diálogo con el interés de aprovecharlo espiritualmente en medio de este tiempo de Cuaresma, tiempo de revisión de Vida, tiempo de autentificar nuestra fe en Cristo.
El primer momento del diálogo de Jesús con la samaritana se da cuando Jesús se acerca al pozo cansado y sediento y pide de beber. No hay duda que Jesús quiere refrescar su garganta seca, pero también buscaba el agua del amor de aquella mujer, de aquel corazón que se malgastaba con amoríos nada sanos. ¡Cuántas veces se nos acercan personas ansiosas del agua del amor, de la compresión, de la tolerancia!
Con la humilde actuación de Jesús cayó el primer obstáculo que tenía la mujer y encontraba el camino hacia Dios. El odio de judíos y samaritanos que los separaba, sentía que era superado. Jesús le abre a las riquezas del reino de Dios. Jesús le dice: ¡Si conocieras el donde de Dios y con quien estás hablando! La mujer no ha llegado aún a conocer a Jesús y está abierta al diálogo. ¡Oh! ¡Si la gente conociera a Jesús como cambiaría nuestra vida sería otra. Cuaresma un tiempo para conocer mucho más a Cristo!
Hay otra barrera que allana Jesús y sería el segundo momento del diálogo es la relación que aquella mujer tiene con Dios. Jesús lleva la conversación hasta el punto que la mujer no tiene otro remedio que ver su situación. Estaba con su vida destrozada, pues vivía en desacuerdo con la ley mosaica. No podía legitimar el trato con el hombre con quien convivía. Jesús le ayuda misericordiosamente para que pueda salir de esa situación.
Ahora se produce el tercer momento del diálogo, cuando la mujer se llega a dar cuenta que Jesús es un profeta y quiere dejarse iluminar por él. Da la sensación de que Jesús, el profeta, quiere el cumplimiento de las prescripciones religiosas. Pero, no. Jesús deja de un lado todas las cuestiones sobre las que discutían judíos samaritanos. Lo necesario es adorar a Dios y, esto en espíritu y verdad. La mujer estaba en un falso concepto de Dios. En este momento Jesús le hace la gran revelación de con quien está hablando. Ese soy yo con quien hablas. La conversación la llevó tan bien que la mujer terminó pidiendo agua a Aquel que le había pedido primero. A Aquel que sólo podía dar el agua viva que brota hasta la vida eterna.
Dios nos ha llenado de su agua, como dice el apóstol Pablo: “el amor de Dios ha sido derramado en nosotros”. Es el Espíritu Santo el que ha derramado el agua viva. La prueba de que Dios nos ama es que ha muerto en cruz para redimirnos del pecado. ¿Aceptamos que Dios nos ame? ¿Nos dejamos amar de Dios?