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El orden mundial post-ruso
El orden mundial post-ruso
Giles Merritt.- La crisis de Crimea desatada por la intervención de Rusia en Ucrania se ve desacertadamente como el comienzo de una segunda Guerra Fría. Sin embargo, si bien las consecuencias del desafío de Vladimir Putin a las leyes y la opinión pública internacionales serán muy distintas de la larga campaña de la Unión Soviética por derrotar al capitalismo, no hay lugar a dudas de que los efectos colaterales geopolíticos tendrán un alcance similar o mayor.
Rusia va en camino de aislarse de la economía global, y al hacerlo abrirá una nueva etapa en las relaciones internacionales. Las sanciones internacionales sólo serán la primera consecuencia. Los mercados y los bancos tienden a rehuir la incertidumbre, razón por la cual la economía rusa irá quedando cada vez más al margen del comercio y las inversiones internacionales, condenada a un futuro de lento o nulo crecimiento.
Por supuesto, es Rusia la que se entierra a sí misma. La consecuencia de más amplio alcance será un reordenamiento de la política internacional y de los intentos de los Gobiernos de dar respuesta a sus problemas en común, como la gobernanza global y el cambio climático. Puede que incluso lo que ocurre en Ucrania tenga un lado positivo y allane inesperadamente el camino a una realineación significativa de varios países emergentes cuyos papeles serán decisivos en el siglo XXI.
El primer resultado del alejamiento entre occidente y Rusia es el probable fin del Brics. Por algo más de una década, un elemento importante de la política internacional ha sido el agrupamiento de Brasil, Rusia, India, China y últimamente Sudáfrica, como un reto al poder y la influencia de las industrializadas Europa y Norteamérica. Pero ahora que Rusia parece en vías de convertirse en paria por su expulsión o retiro de los mercados globales y foros internacionales, no hay muchas perspectivas para las cumbres e instituciones relacionadas con el Brics, como su naciente banco del desarrollo.
Puede que el Brics no se disuelva formalmente, pero es difícil imaginar que los otros cuatro miembros estén dispuestos a poner en riesgo sus propias posiciones en una economía globalizada en caso de verse arrastrados al conflicto de Rusia con el mundo. Poco a poco irá silenciándose la idea de que el grupo representa una voz coherente en los asuntos internacionales.
La idea de una Rusia que va por libre con políticas exteriores nacionalistas y la intención de crear una “Unión Eurasiática” comercial plantea peligros evidentes. Sin embargo, la consecuencia más importante será el modo en que sus antiguos socios del Brics se realineen con otras economías emergentes importantes del G-20.
Estemos atentos a la aparición del Mikta, un nuevo grupo formado por México, Indonesia, Turquía, Corea del Sur y Australia. Los ministros exteriores de estos países tienen planes de reunirse pronto en México para tratar una agenda conjunta de temas de gobernanza global. Cuando se reunieron por primera vez como Mikta en el contexto de la Asamblea General de las Naciones Unidas de septiembre pasado, la iniciativa parecía poco más que un club de países que por una razón u otra no cabían en el Brics, pero se acercaban al estatus de potencia importante.
Los problemas que Rusia se ha creado a sí misma cambiarán todo eso. Ahora que la alianza Brics parece destinada a cambiar de naturaleza casi de la noche a la mañana, está despejado el camino a una agrupación mucho mayor de países con preocupaciones en común.
Los países del Mikta tienen en común un rápido crecimiento económico y un nivel de influencia cada vez mayor más allá de sus propias fronteras. Tienen problemas de desarrollo, pero también son modelos de innovación y dinamismo económico con mucho que decir en los modos en que se deberían reformular las instituciones y reglas globales posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Muchos de sus retos y ambiciones engarzan con los países BICS (es decir, los Brics menos Rusia).
En la sopa de letras de la política internacional, puede que un trabalenguas como Bicsmikta acabe siendo demasiado impronunciable como para funcionar. Sin embargo, lo esencial es que la próxima ausencia de Rusia del ámbito multilateral actuará de catalizador de nuevas formas de encarar los retos globales. Una pregunta clave es si esto resucitará el G-20 o lo destruirá.
Parece claro que pronto se revocará a Rusia su calidad de miembro del G-8 y que el grupo volverá a su formato original como G-7 (Estados Unidos, Canadá, Japón, Alemania, Francia, el Reino Unido e Italia, además de la Unión Europea), pero es mucho menos obvio en qué condiciones quedará el G-20 (incluida la continuidad de la participación de Rusia). Ha sido un mecanismo más bien desilusionante para enfrentar los problemas globales, y la idea de convocar a los gigantes económicos emergentes al mismo foro que las principales potencias industrializadas todavía tiene que producir resultados medibles.
No hay dudas de que en el mundo de hoy, cada vez más interdependiente, el distanciamiento de Rusia de gran parte de la comunidad internacional le resultará contraproducente. Transcurrida una generación después del colapso del comunismo, la economía y los estándares de vida del pueblo ruso han comenzado a recuperarse, pero se trata de una recuperación muy frágil si se considera la caída demográfica de su población y su dependencia de las exportaciones energéticas y de productos básicos. Pronto el Kremlin caerá en cuenta de que es mucho más vulnerable a los acontecimientos externos de lo que ha reconocido hasta ahora.
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