Domingo, 30 de marzo de 2014
 

COLUMNA VERTEBRAL

Los equívocos del arte y la cultura

Los equívocos del arte y la cultura

Carlos D. Mesa Gisbert.- La cultura es un bien ¿un bien de consumo? ¿Las personas consumimos cultura? Si esto es así la creación humana es un producto ¿cómo los que se pueden encontrar en un supermercado?
Medimos el éxito de una película, una obra de teatro, una exposición, un libro de ficción, un ensayo, una instalación, un cuadro de caballete, una canción, un concierto, en la medida en que han tenido éxito. Eso en televisión se llama rating, el número de televisores prendidos y el número de personas que tienen sintonizado un canal a una determinada hora. Medida que la tecnología está comenzando a arrinconar en el desván.
Cultura de masas, civilización del espectáculo que diría Vargas Llosa...tiempo pasado. Hoy la producción cultura (otra vez esa expresión equivoca) está en otro escenario, está en la red. Es parte de la red, se construye de otro modo, se transmite de distinta manera, funciona con otra lógica en el soporte en la temporalidad, en la estética, en la manera de concebirse. Es, probablemente una acción creativa que tiene más vínculo con el movimiento y la luz, con la frescura y la instantaneidad, se evapora con gran rapidez porque no ha sido pensada para durar, debe ser breve y explosiva, debe llamar la atención, debe provocar, pero no pensando en la profundidad, en la reflexión honda o en las consideraciones elaboradas. ¿El éxito y lo supuestamente efímero están mal?
No he mencionado hasta ahora la palabra arte, porque hoy el concepto está en cuestión. En realidad, todo esta en cuestión. ¿Quién se atreve a delimitar el arte? ¿Quién podría con tranquilidad de espíritu afirmar lo que es arte y lo que no lo es? Cultura y arte de elites. La ventaja de hablar sólo de cultura es que todo cabe en ella, hablar de arte parece ahora una cierta forma aristocrática y refinada de la sensibilidad humana que se mira como separada y distinta de la base de la sociedad. Nadie tiene, dicen los agitadores, el derecho de apropiarse de la definición, menos la delimitación. Es una buen punto de partida. No tiene caso intentarlo siquiera. Hay, simplemente, que establecer una relación personal con el arte, hay que construir una percepción propia e individual. Porque de lo que verdaderamente se trata es de disfrutar, sentir el gusto por una melodía, por una imagen, por un edificio, por una fotografía, por una película. En eso llevan razon los agitadores, el arte es tan subjetivo en su realidad como hecho tangible (si fuera posible incluso hablar de tangible), que lo único que lo define es la relación única, intransferible de la obra denominada -o no- como artística, con el espíritu de cada uno. Lo que a ti te diga, lo que en ti provoque, lo que de emocionante tenga para tus sentidos.
Vana es la ilusión de la universalidad de un valor estético. En la creación no hay otro límite que aquello que cada cual pueda encontrar para su disfrute o su estremecimiento. ¿Sólo eso?
No, por supuesto, está también y es esencial, la experiencia compartida, aquella que vives con el otro, o más todavía, aquella que vives con la multitud. En esa ruta se mezclan inevitablemente las palabras antes mencionadas; hecho, producto, industria, espectáculo, negocio, consumo.
Así, la música de Stochausen esta en un extremo y la de los Kjarkas en el otro. La Venus de Milo dentro de las naves que retumban en la sala de luz suave de un museo en un lado y el clásico mundial entre el Real Madrid y el Barcelona, en el otro. ¿Arte? Cristianó corre por una banda, hace un amago, gira la cintura imperceptiblemente, encara y suelta un remate con una potencia inconmensurable. La pelota entra como una bala. Messi hace filigranas en el área, supera una pierna, y dos y tres, tiene la pelota atada al botín, define la jugada en centímetros, hace un quiebre impensado, imposible, toca con relativa suavidad y el balón encuentra el espacio para el gol perfecto ¿arte? ¿Por qué no? ¿No es el resultado de un don? ¿No es una creación nacida del ingenio? ¿No es estéticamente bello? ¿Efímero? Ya no, dentro de muchos años esas imágenes, quizás en holograma, quizás con los propios jugadores físicamente reconstruidos, se repetirán cuantas veces cada persona quiera con un movimiento de la mano, o una orden a través de un pensamiento.
Ya no hay límites, no los hay quizás porque el relativismo es un rasgo dominante del mundo de hoy, quizás porque la barrera entre los "natural" y lo "antinatural" esta borrandose. La frontera entre lo posible y lo imposible es también parte de una indefinible penumbra. La humanidad está en la puerta de algo a lo que nunca había enfrentado, la tentación de lo imposible (otra vez parafraseo a Vargas Llosa, pero en otro sentido).
Por eso no existe posibilidad alguna de definir la belleza, el gusto bueno o malo, lo superficial de lo profundo. No porque no haya superficialidad y profundidad en el pensamiento y en la creación, sino porque la diversidad reconocida de la sociedad humana, marca estratos en los que cada quien, cada núcleo cada clase, cada tribu, para estar a la altura de la terminología de moda, tiene su propio nicho (otra expresión en boga en el siglo XXI) para percibir a su modo lo profundo o lo superficial. ¿Quien podria decirle a una muchacha gótica que se ve horrible. ¿Es que realmente se ve horrible? ¿Quién podría discutir con los jóvenes que disfrutan hasta lo indecible con las películas de zombies que están dentro del esperpento más desatinado?
¿Cultura para el pueblo? El concepto suena a historia rancia.