Torturado por la sed
Torturado por la sed
Jesús Pérez Rodríguez, OFM.- En la vida necesitamos de muchas cosas, entre ellas, está la luz. No podemos vivir ni caminar en medio de tinieblas. La luz resulta necesaria e indispensable en la vida. Qué hermoso un día de sol y lleno de luz. Qué feas son las tinieblas o la oscuridad.
Hoy cuarto domingo de cuaresma, a mediados de este itinerario hacia la Pascua, Jesús se presenta como la luz del mundo. La reflexión cuaresmal gira en torno a Cristo como luz del mundo para animarnos a no caminar en tinieblas sino guiados por Cristo.
Cristo viene a nosotros como luz en sus palabras, en las eucaristías, en los momentos de oración, en las auténticas convivencias familiares o sociales y en todos los acontecimientos de la vida cuando nos dejamos orientar por él. La cuaresma es tiempo fuerte de revisión de vida para comprobar si estamos caminando de acuerdo a sus enseñanzas. El pecado nos sume en las tinieblas.
El milagro-signo que nos da el evangelista Juan 9,1-41, le sirve para darnos una hermosa catequesis de Cristo, luz del mundo. Hay un diálogo con la intervención del ciego, los fariseos, los padres del ciego y de Jesús. El ciego curado se complicó la vida por ponerse de parte de Cristo. Los fariseos echan de la sinagoga al valiente ciego, ahora sanado.
Jesús buscó el encuentro con el ciego sanado de su ceguera, algo similar a lo que hace con la mujer samaritana, como vimos el domingo pasado. Conduce al ciego a una luz más profúndala, la luz de la fe, a aceptar a Cristo como luz.
Los milagros de Jesús como los presenta Juan son signos que tienden a manifestar algo distinto de sí mismo, son como flechas indicadoras. No es la salud física el valor supremo. Cristo actúa para darse a conocer .para tender un puente a fin de encontrarse con la persona.
Resulta interesante ver el evangelio de Juan con una revelación progresiva que culmina en el "yo soy" de Cristo .Así también lo encontramos en otros momentos "soy la puerta"... "yo soy el pan de vida", "yo soy la verdad y la vida" y en el evangelio de hoy... "Yo soy la luz del mundo".
En los textos de la misa -para la mayoría lamentablemente pasan desapercibidos- se resalta como Cristo es la luz de mundo, así en el prefacio rezamos: "se hizo hombre para nosotros para conducir al género humano, peregrino en tinieblas al esplendor de la luz de la fe". En la oración final de la misa decimos: "Señor Dios, luz que alumbra todo hombre que viene a este mundo, ilumina nuestro espíritu con la claridad de tu gracia".
Así es, la vida está llena de señales del amor misericordioso de Dios, claras sí, para quien sabe verlas. Son signos tan elocuentes como los mayores milagros No se trata de una credulidad que nos lleve a creer que Dios maneja el mundo al estilo de un titiritero. Hay personas que no quieren salir de su situación de ceguera ante las maravillas que Dios ha hecho y sigue haciendo. Los peores ciegos son los que no quieren ver.
La cuaresma con la palabra de Dios más abundante y ayudados por la oración no hacen ver que de alguna manera toda somos ciegos. Quien más y quien menos estamos muy necesitados de la luz que nos viene de Cristo en muchas circunstancias del vivir diario: búsquedas, desorientaciones, confusión de ideas, dudas. La respuesta siempre es Cristo que disipa las tinieblas.
El maravilloso milagro de la curación del ciego y el subsiguiente diálogo nos enseña que hay dos clases de ciegos: una ceguera es la física Y OTRA ES LA CEGUERA ESPIRITUAL, la falta de la luz de la fe. Estos segundos son los ciegos que creen ver, al encerrarse en su postura. Son los fariseos. Jesús tomó una actitud valiente al decirles: "si estuvieran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen que ven, su pecado persiste".
La ceguera espiritual o moral, no hay manera de curarla si no con la conversión. Ningún tiempo mejor y más propicio para la conversión que la cuaresma que nos convoca a renovar nuestro bautismo. Es muy necesario volver a Cristo a través de su palabra iluminadora. Él es la luz del mundo y sin él andamos en tinieblas.
|