RESOLANA
Desastres antinaturales
Desastres antinaturales
Carmen Beatriz Ruiz.- Sobre mojado, llovido. Nunca un refrán se ajusta tanto a la realidad en varios departamentos. Desde hace ya tres meses la población y las autoridades del país ven y tratan de atender, consternadas, las crecidas de los ríos, los desbordes, los caminos interrumpidos, la gente saliendo casi a nado de sus casas y llevando precariamente unas cuantas pertenencias sobre sus cabezas, animales muertos que el agua devuelve como mudos testigos de la desgracia e inercia trágica con que ramas, barro y follaje se depositan en las orillas de los inmensos lagos en que se han convertido algunas zonas. Sólo los niños, con su bendita inocencia, ponen la nota de color salpicando o intentando nadar en medio de lo que, a la vista, ya es un desastre nacional.
La línea ecologista dice que no existen los “desastres naturales”, sino las consecuencias de las devastaciones que producimos los seres humanos. De esta manera cuestionan la amnesia con que los seres humanos arremetemos contra la naturaleza, para luego culparla de sus desbordes. En varios de los casos que ahora vemos en el país, el efecto de la mucha y concentrada lluvia se agrava especialmente debido a la deforestación, el mal manejo de los bosques, el crecimiento de la mancha urbana y la expansión de la frontera agrícola. Todos actos irracionales e inmisericordes de la obra humana.
Las inundaciones develan la irresponsabilidad social y económica ciudadana de quienes, conciente o inconcientemente, aplicamos un modelo de desarrollo que no se plantea la ecuación básica de replantar y de volver a sembrar aquello que se cosecha o explota, ni entiende ni asume que desarrollo no tiene porqué ser sinónimo de destrucción de la naturaleza.
Las consecuencias devastadoras de las inundaciones despiertan la compasión y la solidaridad de la población, pero también muestran lo mal preparados que estamos para enfrentar lo que provocamos. Los presupuestos municipales, departamentales y nacionales no contemplan o lo hacen insuficientemente, recursos para atender emergencias; una institucionalidad deficiente que se paraliza o se atropella o se corrompe cuando enfrenta situaciones de desastre; la respuesta adormecida de poblaciones que viven lo mismo, año a año y desde hace décadas; grupos de emigrados forzosos que encuentran en las precariedad de las carpas y de la solidaridad temporal un modo de vida…
Por otro lado, al mismo tiempo que los desbordes de la naturaleza fuimos testigos de los excesos de ciertos políticos quienes, sin pudor, hacen campaña con la desgracia ajena (claro). Curiosamente, estos excesos humanos provocaron más indignación en la opinión pública y los medios de información que las imágenes dramáticas de las inundaciones y los masivos éxodos de la gente. Igual indignación deberían provocarnos los miles de hectáreas de bosques talados, los megaproyectos desquiciados, las carreteras que no respetan el hábitat de la gente, la expansión irracional de la mancha urbana y de la frontera agrícola para seguir sembrando coca y soya a costa de empobrecer la tierra.
Quizá lo más natural de los llamados “desastres naturales” sea el comportamiento humano.
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