Domingo, 6 de abril de 2014
 
El vencedor de la muerte

El vencedor de la muerte

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Estamos en la última semana de Cuaresma. El próximo domingo, iniciamos la gran semana cristiana, la Semana Santa. Nos urge darnos tiempo para prepararnos y participar en estas grandes celebraciones de la Muerte y Resurrección de Cristo nuestro Señor, el misterio de la Pascua.
Jesús nos dice en el evangelio de hoy: “Yo soy la resurrección y la vida”. Con mucha frecuencia escuchamos cómo ciertas personas que se aman se dicen: “mi amor” y “mi vida”. Al decir a alguien “mi vida”, tenemos la sensación de que esa persona es el motivo más importante para vivir. Lo que quiere expresarse es que sin esa persona no podríamos vivir y ser felices. Nos faltaría la fuerza vital que da sentido a la vida.
Para el cristiano, la razón de ser debe ser Cristo pues Él es nuestra vida. Sí, Él es nuestra vida. Ha sido y sigue siendo la fuerza de nuestros mártires –el Papa Francisco nos ha repetido que en nuestros días hay más mártires que en ninguna otra época–, es la pureza de los que se esfuerzan por ser castos, es la constancia de todos los santos. El cristiano no debe olvidar que está llamado a ser santo. Pero tengamos en cuenta lo que nos dice Jesús: “Sin mí, no pueden hacer nada”.
Después de las revelaciones de los dos domingos anteriores, la clave del agua y la luz, hoy tenemos una revelación más profunda: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”. Jesús, al momento de resucitar a Lázaro, se presenta como la resurrección y la vida para todos. Por ello, damos gracias a Dios porque además de resucitar a Lázaro, “extiende su compasión a toda la humanidad que por medio de sus sacramentos les restauras nueva vida”.
Los evangelios “bautismales”, como podemos llamar a estos tres domingos, quieren presentarnos la situación tan deficitaria de todos nosotros. Lo problemas de la mujer samaritana, y no sólo del agua; la situación del ciego de nacimiento, en la luz física y también de la fe; y, hoy, la situación de Lázaro, enterrado desde hace cuatro días.
La gran virtud que quiere reanimar la sagrada liturgia de este quinto domingo de Cuaresma es la esperanza, tanto por el profeta Ezequiel como a través del apóstol Pablo y, sobre todo, del evangelio. La fe sin esperanza no sirve.
La promesa que se nos da en Ezequiel se realiza en Jesús, pues él es el vencedor de la muerte. Él vino para darnos vida y vida en abundancia como dice en Juan 10, 10. Lázaro viene a ser como un retrato de una persona muerta. Jesús con autoridad y poder dice: “Quiten la loza” y a continuación añade: “Lázaro ven afuera... desátenlo y déjenlo andar...” Aquí Cristo manifiesta lo que quiere hacer en cada persona, resucitarnos, darnos nueva vida en esta Pascua. Esta Pascua es por demás una ocasión propicia para abandonar nuestra vida a la vida de la gracia, acercándonos al sacramento de la penitencia o reconciliación. Es este sacramento el que nos devuelve a la vida de resucitados, a la vida de hijos de Dios que recibimos en el sacramento del bautismo.
Dios quiere para cada uno una nueva vida en esta Pascua, el paso de la muerte a la vida. Esto solamente es posible con la ayuda del Santo Espíritu. El apóstol Pablo nos dice que si el Espíritu que resucitó a Jesús “habita en nosotros” nos va a resucitar también a nosotros. Si nos sentimos movidos por el Espíritu de Cristo, y es él quien anima nuestra oración, nuestro quehacer diario, nuestros esfuerzos por ser fieles en el cumplimiento de los mandamientos, nuestro amor a los demás, vamos a superar toda clase de muerte, todo pesimismo, toda indiferencia y desaliento.
Al escuchar hoy las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida”, sabemos que la muerte no tiene la última palabra. Es Cristo el vencedor de la muerte. No sabemos cómo será esa “vida nueva”. Los cristianos estamos seguros y convencidos de las palabras de Cristo: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá... no morirá para siempre”. Nos puede hacer mucho bien recordar estas palabras del P. Arrupe: “La muerte para un cristiano es el último amen de su vida y el primer aleluya de la vida nueva”.
A lo largo de la Cuaresma hemos ido escuchando la llamada persistente a la conversión. ¿Se nota en nosotros, en nuestras familias, en nuestras parroquias, una conversión, una vida más floreciente en el espíritu? El Señor nos seguirá diciendo: “Sal afuera”, sal de tu sepulcro, y vive la vida nueva en el Espíritu Santo, en el Señor de la vida.