EDITORIAL
Las lecciones que dejó la revolución de 1952
Las lecciones que dejó la revolución de 1952
62 años después, muchas de las tareas que la revolución de 1952 se propuso cumplir se mantienen entre nuestras asignaturas pendientes
Un día como hoy, hace 62 años, se inició la más importante revolución política, económica y social de la historia de Bolivia y una de las tres más importantes de Latinoamérica pues, como ya se puede ver con la perspectiva que dan más de seis décadas, la revolución de 1952 sólo comparte con la mexicana de 1910 y la cubana de 1959 los atributos necesarios para merecer tal denominación.
Lo anterior no necesariamente implica una valoración positiva del hecho. Por el contrario, a la hora de ver desde una perspectiva histórica los grandes acontecimientos, como los tres mencionados, es imposible no ver las deficiencias, limitaciones, excesos y frustraciones que forman parte ineludible del balance. Pero tampoco se puede caer en el otro extremo del error y negar lo importantes que fueron las revoluciones a la hora de definir el curso histórico de los países y sus pueblos, y en el caso boliviano su tardío ingreso en la modernidad.
Como todas las revoluciones, la boliviana de 1952 tuvo entre sus principales características la abundancia de esperanzas que despertó. Quienes fueron sus protagonistas vivieron el día del triunfo y los primeros años posteriores convencidos de que estaban inaugurando una era de prosperidad económica, justicia social, orgullo nacional y muchos otros benéficos frutos con los que el nuevo régimen premiaría a sus gestores y partidarios. Estaban tan convencidos de las cualidades de su causa que no cabía en sus mentes la posibilidad de que alguien pudiera divergir y mucho menos oponérseles. Fueron por eso intolerantes con las opiniones adversas e implacables con quienes no compartían sus convicciones.
Directa consecuencia de lo anterior fue el abuso del poder en todas sus formas. Los partidos y líderes de la oposición, los intelectuales, artistas, periodistas, como cualquier persona que de algún modo osaba expresar sus discrepancias o informar sobre las falencias del nuevo régimen, fueron víctimas de diversas formas de persecución, desde las más sañudas hasta las más sutiles.
Como directa consecuencia de los dos factores anteriores, la revolución de 1952 tuvo una tercera característica. La combinación entre el dogmatismo, la intolerancia con el uso abusivo del poder y un creciente pragmatismo, abrió espacio a la descomposición de los fundamentos doctrinarios y éticos originales y no pasó mucho tiempo antes de que las ambiciones terminaran desplazando a las buenas intenciones originales. Así, la corrupción en todas sus manifestaciones carcomió en relativamente poco tiempo las bases del proyecto revolucionario. Los mejores hombres y mujeres fueron desplazados, se impusieron los advenedizos, acumularon grandes fortunas los menos escrupulosos y un capítulo de la historia que comenzó escribiéndose con caracteres épicos terminó dejando un sentimiento de nueva frustración.
Sólo 12 años duró el que hasta nuestros días sigue siendo el capítulo más importante de la historia contemporánea de Bolivia. Y si bien ese tiempo fue suficiente para que la estructura económica, política y social de nuestro país cambiara de manera radical, no lo fue para evitar que aún hoy, 62 años después, muchas de las tareas que la revolución de 1952 se propuso cumplir se mantengan entre nuestras asignaturas pendientes.
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