OBSERVATORIO
Impunidad y violencia de los bloqueos
Impunidad y violencia de los bloqueos
Demetrio Reynolds.- Cuatro muertos, más de un centenar de heridos, policías golpeados, cuantiosos daños y perjuicios; maldiciones y lágrimas de impotencia. Ése es el saldo trágico del reciente bloqueo “pacífico”. No fue la primera vez ni será la última. ¿Nunca saldremos de esto? Hay una flagrante vulneración de derechos humanos, con su silencio de complicidad, de yapa. Pero se observa con pasividad. Pocas voces claman en el desierto.
La anterior semana, como una plaga, un sector de las llamadas por eufemismo “organizaciones sociales” invadió varias carreteras y paralizó el país. Esta vez en rechazo a la anulación de un artículo en el proyecto de Ley de Minería que violaba la Constitución; se anuló pese a la consigna presidencial de no cambiar nada. Alguien por casualidad descubrió el “palito”. Podía pasar inadvertida como la inconstitucional Ley corta de Autonomías contra los alcaldes opositores. Los “honorables” sólo tenían que levantar la mano, y punto.
Con dicho Artículo (151), la nueva ley habilitaba a los mineros cooperativistas (Fencomin) para asociarse incluso con inversionistas extranjeros, ignorando al Estado. Era un Súper-Estado minero en ciernes. La inesperada enmienda les cayó como una bomba y se volcaron a los caminos profiriendo una amenaza intimidante: “Evo, así como te hemos llevado, te podemos bajar”. No nos hagas bromas pesadas. Si el proyecto fue consensuado durante tres años, ¿qué nos vienen ahora con cambios?
La nueva “oligarquía minero plurinacional” cobra facturas políticas. Fue protagonista decisivo en aquel octubre de 2003. Cuando un jefe policial fue rebasado en Panduro por una columna de camiones repletos de mineros, empezó la caída del último presidente neoliberal. Hoy integran el sindicato legislativo. Exigen al Gobierno concesiones de privilegio en pago a su apoyo para llegar al poder y ganar elecciones. Es una reciprocidad de servicios; cuenta con pago. De ahí la prepotencia con que actúan. Son cogobernantes.
La amenaza asustó al Ministro de la Presidencia: Hermanos, paren eso por favor. Ya no se preocupen; “todo vuelve a fojas cero”. No hay tal ley; ustedes tienen razón; pero dejen de bloquear; guarden sus dinamitas. ¡Error! El Ministro de Gobierno, más sereno, le corrigió: No, no; cómo a fojas cero, si es sólo cuestión de unos pocos artículos; podemos discutir en una mesa de diálogo. Es cierto que “hubo una debilidad técnica, pero no significa que todo esté mal”.
Ante un poder potencialmente peligroso, el Gobierno se inclina dócil y obediente. Si le citaban al pie mismo de Posokoni, en Huanuni, allí hubiera ido calladito. Como se recordará, hace ocho años se disputaron la explotación de ese cerro, a punta de dinamitazos, entre cooperativistas y asalariados. El Ministro de Minería, con 16 muertos en su haber, encontró una “solución” salomónica: varios miles de cooperativistas se incorporaron como supernumerarios (sin necesidad) a la empresa.
Otras acciones del pasado parecen repetirse. En la violenta refriega entre bloqueadores y policías hubo muertos y heridos. Se reprodujo en pequeña escala la misma situación de “Octubre Negro” (sin la mentira de la guerra por el gas). La poblada subversiva impidió el paso de cisternas con combustible; toda la actividad pública de La Paz estaba paralizada. La convulsión interna era un hecho, así como ineludible la obligación constitucional de actuar. La historia de ese suceso aún no está escrita. Sólo se ve, para acusar, a uno de los actores. Los mineros cooperativistas tienen su parte.
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