DE-LIRIOS
Encomio de la colectividad
Encomio de la colectividad
Rocío Estremadoiro Rioja.- Octavio Paz decía: “El marxismo se ha convertido en un vicio intelectual, es la superstición del siglo”. No deja de tener razón, especialmente si recordamos a algunos que emulan a evangélicos, al repetir acríticamente las grandes contribuciones de Marx como si fueran parágrafos de una Biblia para ateos. Y en ello, no faltan los que recitan “El Capital” con número de capítulo y de página, tal cual se tratara de un texto sagrado.
Más allá de la clara herencia epistemológica del fundamentalismo monoteísta a ciertos paradigmas, lo que en esta ocasión quiero comentar es esa tácita e ingenua fe en la colectividad como redentora de la humanidad, característica del marxismo y otras corrientes filosóficas y políticas.
Siguiendo al marxismo, se supone que las leyes de la historia implicarían la evolución de nuestra especie en pautas darwinistas. La humanidad terminaría transformada en un orden social donde la primacía de la colectividad sería la base.
Con este legado, parte del pensamiento político latinoamericano ha cimentado sus anhelos en las colectividades simbolizadas en “obreros”, “campesinos”, “indígenas” o “grandes mayorías”. Ello también en relación a que la desigualdad es la marca ineludible de la formación social de los países de América Latina y que, por tanto, sea lógico que este pensamiento tenga un eco permanente en esa llaga que aún está lejos de sanarse.
Sin embargo, después de constatar cómo algunos grupos idealizados, una vez que han accedido al poder, pueden comportarse con las mismas taras, debilidades y arbitrariedades que los otrora “patrones”, ahí no queda más que ese sabor entre dulce y amargo que confirma que la humanidad es una sola y que no existen ni orígenes, ni rasgos físicos, ni roles en la división social del trabajo que te hagan peor o mejor persona. Finalmente, pareciera ser que una mayoría aspira a la acumulación a costa del prójimo y al autoritarismo y abuso consiguiente, y lo que falta, es la oportunidad para hacerlo.
Adicionalmente, si usted desea, todavía más, perder la fe en la colectividad, podrá apreciar ese típico fenómeno de psicología de masas y que ha catapultado a nuestro país en un nada glorioso segundo lugar a nivel mundial: los linchamientos.
Comprendo que se ensayan hipótesis sociológicas para explicar estos fenómenos colectivos, se habla de la ausencia del Estado y de la justicia institucional; del malestar social que conllevan el histórico abandono, la miseria y la desigualdad; de la inseguridad ciudadana y de las urbes hacinadas. No obstante, ¿cómo se justifica que turbas enardecidas torturen y quemen a seres humanos, tan o más necesitados que ellos, por robar bicicletas o garrafas? ¿Cómo se concibe que tus propios vecinos, amigos o compadres sean capaces de enterrarte vivo por una acusación de “brujería”? ¿Cómo entender que la generalidad de estos hechos quede en la impunidad bajo la protección de las mismas comunidades y en nombre la “voluntad colectiva”, del “clamor popular” o de la “justicia consuetudinaria”?
Se puede argüir que son comportamientos excepcionales que se generan en cualquier lugar del orbe, pero habrá que admitir que en Bolivia, hace mucho, estas prácticas no son aisladas.
Entonces, una de dos, o asumimos que en el país nuestra sociedad está enferma, o admitimos que la tan enaltecida colectividad no es tanto una fuente de esperanza o redención y que en ocasiones recurrentes, al contrario, será motivo de tiritones de terror.
|