Nubecita
Nubecita
Marcela Saavedra Pacheco.- En un hermoso jardín, apartado del mundo real, vivía una sociedad que parecía casi perfecta, en un mundo equilibrado de fantasía y color, entre rosales multicolores y mil florecillas; adornando una inmensa alfombra verde de pasto y yerbas silvestres, surgía algo parecido a una campiña de ensueño donde las casitas eran colmenas habitadas por abejitas obreras.
El sol bendecía con su cálido abrazo cada día y el cielo azul nítido enmarcaba todo ese encanto.
Aquel día era especial, era el primer día de clases, y un ejército de abejitas con blancos delantales se desparramaba en distintas direcciones, las más pequeñas volaban acompañadas por sus madres intentando entender aquel hermoso barullo.
En la ventana de una pequeña colmena se divisaban dos ojitos negros diminutos enmarcados en una redonda carita infantil bañada de inocencia y gracia. Era Nubecita, una muy pequeña abejita que aferrada a una igual pequeña mochilita de color rosa, no se perdía detalle del espectáculo.
Hacía tiempo que guardaba en ella lapicitos de color, sus juguetes, su colección de hojitas, semillas y palitos, un par de caramelos de polen y una botellita de miel y néctar. Esperaba en su inocencia el momento en que su mamá la tomara de la mano para llevarla al jardín de infantes que se levantaba a pocos metros de su casa, pero recibía siempre la misma explicación:
- Aún eres muy pequeña Nubecita.
Esta encantadora pequeña rebosante de vida había sido bendecida por el Creador con muchos dones, una inmensa ternura capaz de derretir témpanos de hielo en el corazón de cualquiera, una agudeza mental potenciada por su intuición que, a pesar de su corta edad, le hacían entender la complicada maraña en la mente de los grandes y ver el laberinto de luz y oscuridad en sus almas; la naturaleza también había querido distinguirla de las demás: era muy pequeñita y con unas alitas aún muy débiles que crecían lentamente, y aún no podía volar.
Su amorosa familia, conociendo las realidades de ese mundo fantástico, buscaba no exponerla a la crueldad y le brindaba todos los cuidados, pero la vida no podía detenerse mientras sus alitas crecían.
Aquel día por su traviesa carita comenzó a rodar una cristalina lágrima al preguntar a su madre: ¿Por qué yo no voy al jardín mamita, es porque no sabo volar? Apenas había dejado de ser una abejita bebé, pero sus palabras aun a media lengua estaban plenas de madurez e iban a ser el impulso para escuchar la respuesta que había estado esperando.
- Vamos a buscar un lugar para ti, Nubecita.
Así comenzó la peregrinación, cargando como pudo su diminuta mochilita; con el brillo de la esperanza en sus ojitos y sin poder contener su emoción, dando saltitos, se dispuso a seguir a su conmovida madre.
Recorrieron varios lugares, estructuradas colmenas con apariencia de castillos medievales donde aristócratas abejas entraban y salían serias acompañando a las estudiantes.
Sencillas escuelitas donde saltaba a la vista el abismo de las diferencias, pero también las igualdades, las diferencias no importaban al momento de dar un no por respuesta y la misma justificación en todas: no tenemos lugar para la pequeña, pues no es igual a las otras abejitas y sólo representaría un problema.
Nada hacía perder el entusiasmo a un corazón valiente como el de Nubecita, ni las negativas, ni sus cansadas patitas iban a detenerla; así continuaron la búsqueda.
De repente, en un paraje algo escondido, detrás del camino principal, en medio de colmenas y flores, se revelaba un pintoresco jardín de niños, pequeño, con apariencia de casita de cuento de hadas, bullicioso, lleno de color y aroma de hogar, abriendo los brazos a esta pequeña que sólo quería la oportunidad de ser igual a las demás y cumplir su primera misión en la vida: vivir sus días infantiles entre sus semejantes, compartir sus inocentes travesuras, descubrir la amistad y comenzar el fascinante camino del conocimiento.
Bastó un suspiro de tiempo para que apareciera elevándose por los aires tomada de dos manitos iguales a las suyas conquistando el corazón de aquellos que veían esa sonrisa única, traviesa, junto al conmovedor esfuerzo de sus alitas.
Pasó el tiempo, los días de trabajo y alegría se multiplicaron, la pequeña se elevaba cada día más, con el apoyo de su familia, el estímulo de sus iguales, esa infinita fuerza interior y sobre todo su fe.
Era un tributo al compañerismo, pequeñas criaturas que le brindaban sus manitos para volar juntas mientras sus alitas se fortalecían, ayuda que ella retribuía con tanta dulzura haciendo florecer en sus compañeritas esa bondad innata en los corazones infantiles.
Era sólo cuestión de fe, tiempo y oportunidad para que llegara el día de elevarse hasta el cielo con sus propias alas y que la vida no tuviera límite que ella no pudiera vencer.
La Educación inclusiva existe, no es conocida por todos y puede ser subestimada y subutilizada; es un deber dar a conocer sus beneficios y no permitir que pequeñas diferencias se conviertan en abismos de desigualdad; todos tienen un lugar en este mundo: el lugar que Dios, la vida y la naturaleza les ha dado.
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