EDITORIAL
El sectarismo, un mal insuperable
El sectarismo, un mal insuperable
Tarija se ha convertido en una zona que acoge en forma solidaria a compatriotas de todos los departamentos del país que buscan mejorar su vida
La celebración del 197 aniversario de Tarija ha mostrado, una vez más, los profundos daños que hacen a las regiones el sectarismo político y la incapacidad de crear escenarios de concertación en busca de satisfacer el bien mayor, como es el desarrollo equilibrado del departamento.
Desde la ascensión al poder del MAS, el control de Tarija fue uno de los objetivos más importantes de las actuales autoridades del poder central, para lo que desarrollaron una serie de estrategias para deslegitimar a sus autoridades democráticamente elegidas. A diferencia de lo que sucedió en Pando, donde tras episodios de violencia, el Gobierno sometió al entonces prefecto, en Tarija no sólo que no pudo derrocar a sus autoridades regionales, sino que tampoco logró imponerse electoralmente, pese a que también se hizo uso de políticas de enfrentamiento interno entre sus regiones.
En consecuencia, acudieron a la táctica de la judicialización de la política y comenzó un verdadero acoso al gobernador del departamento, que finalmente tuvo que refugiarse en Paraguay donde actualmente reside, incluso pese a la vigencia de una sentencia constitucional que lo habilita para hacerse cargo del puesto que fue obligado a abandonar.
En este período, el departamento de Tarija, que proporcionalmente es uno de los departamentos con mayores ingresos, es conducido en forma errática, en medio de profundas denuncias de corrupción y permanente paralización de obras. Además, el germen de la división que también afecta al partido gobernante en esa región, hace que en Tarija la gestión esté dedicada fundamentalmente a los enfrentamientos antes que al uso productivo de sus recursos.
El pueblo tarijeño está consciente de esa realidad y no son pocos los esfuerzos que hace, a través de diversas entidades, por acercar posiciones. Sin embargo, la inquina que se ha apoderado de sus principales dirigentes impide que se concreten esas iniciativas.
Felizmente, junto a esta situación anómala hay una intensa actividad económica y cultural, en sus diversas expresiones, que permite mantener esperanzas en que finalmente la acción política terminará sumándose al afán de desarrollo que su gente persigue. Junto a la explotación de gas, la pujante industria vitivinícola, a la que se suma la elaboración y exportación creciente de productos no tradicionales, turismo y algo de minería, son una muestra de que esa región, que en 1831 decidió ser boliviana por voluntad de sus pobladores, sea también una de las locomotoras del desarrollo de todo el país.
Ayuda a ello el hecho de que, como otras regiones, Tarija se ha convertido en una zona que acoge en forma solidaria a compatriotas de todos los departamentos del país que buscan mejorar su vida aportando, también, a la tierra que los cobija.
Por lo señalado, ojalá que las autoridades recuperen el verdadero sentido de servicio de su labor y pensando en el departamento superen el enfrentamiento sectario para dar paso a que las iniciativas de los pobladores de Tarija se concreten en desarrollo, justicia y prosperidad.
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