Miércoles, 16 de abril de 2014
 

RESOLANA

Súper divisibles

Súper divisibles

Carmen Beatriz Ruiz.- En la ciudad donde vivo, Cochabamba, cada cierto tiempo el paisaje urbano es asaltado por una nueva entrada y aparatosos letreros que identifican el nombre de la OTB (Organización Territorial de Base) que, a su vez, repite, cambia, completa o se suma al nombre de los barrios. Al principio parecía simpático, pero cuando los arcos sobre pilares de cemento profusamente adornados comenzaron a repetirse en la avenida, señalando las entradas barriales, cada barrio marcando su anhelo de identificación específica: fachada, nombre y fronteras bien definidas, esa parte de la ciudad ha comenzado a parecerse a una suma de zonas y cada vez pierde un poquito más de su identidad integral.
No son solamente los barrios, algún visitante me hacía notar algo que, probablemente de tanto ver, ya dejó de llamarme la atención, que en la ciudad cada mercado se autodenomina “Mercado central”. Así es que, si nos guiamos por los mercados, esta capital tiene muchos centros.
Cuando se comenzó a aplicar la Ley de Participación Popular la municipalización estableció un número determinado de municipios, que posteriormente ha ido aumentando al influjo de algunas aspiraciones legítimas y otras no tanto, basadas en identidades culturales o históricas, en la propiedad y el uso de ciertos recursos naturales y, finalmente, en la convicción de que solo siendo un municipio la población tendrá acceso a sus “propios” servicios. De estas convicciones se nutren las peleas de límites entre barrios, entre municipios y entre regiones que ocupan a dirigentes y asambleístas.
Parece que no se trata solo de una división hacia delante, sino que viene desde atrás. Quienes no nos conocen o nos conocen poco piensan que eso de las 36 naciones originarias es una exageración, pero, entre nosotros hay estudiosos, principalmente antropólogos, que aseguran que algunas de esas naciones son una especie de juntucha histórica a través del uso obligado de un idioma, por ejemplo el aymara que, en realidad, ocultan que se trata de ocho pueblos originarios y no de uno solo.
El virus de la súper divisibilidad no está sólo en los territorios, sino también en las organizaciones, como las de los partidos políticos, que proviniendo de un tronco común, para diferenciarse añadían un calificativo al nombre original. Así nacieron y tuvieron vida breve el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda o el Vanguardia… Pasa también con las organizaciones de base y, cómo no, con las fraternidades, a las que un pintoresco apellido vuelve diferentes, como los “verdaderos caporales” o los “auténticos morenos”.
¿Dónde está de verdad “el interior” en Bolivia? En nuestro país la población denomina “el interior” a cualquier otra región que no es la suya. Este es otro ejemplo de que en verdad somos una conformación cultural de varios centros. Un país cuyo mapa tendría que ser representado gráficamente como un diseño de la Teoría de Conjuntos.
No es folklore ni un estigma ni, como a mucha gente le gusta decir, que somos tan complejos y con tantos problemas únicos e indómitos. Más allá de las confusiones que pueden provocar la fragmentación exacerbada de los espacios y de las representaciones, no creo que esto sea bueno ni malo en sí mismo, es parte de lo que somos, cómo nos representamos y cómo nos relacionamos.
Por eso, precisamente, deberíamos dejar de ver nuestras diferencias como un problema, y enfocar energías en la construcción de enlaces que reemplacen el imaginario de la unidad monolítica por redes eficientes.