CARA O CRUZ
Distancia entre lo que se dice y se hace
Distancia entre lo que se dice y se hace
Raúl Peñaranda
Los políticos bolivianos del pasado no eran un dechado de virtudes, ni mucho menos, y cometieron una serie de contradicciones entre lo que decían y hacían. Uno ofreció una “revolución moral” y se vio envuelto en numerosos escándalos; otro prometió 500 mil empleos y cumplió sólo el 10% de ello; otro dijo que aumentaría el Bonosol, pero, llegado al poder, lo redujo. Esa no es, por supuesto, una situación exclusivamente boliviana, las críticas a los que detentan el poder se escuchan a través del globo. Ni tampoco es algo sólo propio de los políticos, todos los humanos somos, de una u otra manera, contradictorios.
Pero en el Gobierno actual esa disonancia entre lo que se pregona y se cumple parece ser más grande. Quizás porque su discurso es más estridente y más machacón, esa distancia luce ya como un abismo. Veamos:
El Gobierno que se presentaba como “humilde” y “austero” es, en realidad, todo lo contrario. Primero compró un avión de 39 millones de dólares, luego anunció otras compras de aeronaves para altos jerarcas y siguió finalmente con carísimos autos blindados Toyota. Así que el Gobierno “del pueblo” tiene rasgos de opulencia mayores a cualquiera de sus antecesores. Desde el Presidente para abajo parecen estar enamorados de la parafernalia del poder. ¿Dónde quedó el Evo que vivía en un modesto departamento de Miraflores y viajaba solo a todas partes del mundo?
La supuesta defensa del Estado es una tramoya. Se pueden poner varios ejemplos pero uno es suficiente: el trato que le da el Gobierno a los mineros cooperativistas, que representan el sector “más privado” de la minería que se puede encontrar. Hoy están transitoriamente distanciados, pero la alianza entre ellos y el MAS trasciende todo. El Gobierno ha multiplicado por diez los yacimientos entregados a los cooperativistas, les ha otorgado las concesiones de por vida, les ha permitido que se queden con las minas que obtienen mediante tomas, etc. Al mismo tiempo, ha hundido a la (pequeña) minería estatal hacia lugares casi marginales.
La defensa de la Pachamama quedó en el olvido. El Presidente y Vicepresidente tienen una mentalidad desarrollista, basada en la idea de que solamente la extracción de recursos naturales permite el desarrollo. Para ellos y muchos otros en su Gobierno (el canciller David Choquehuanca es una sana excepción), la economía debe basarse en “perforar, perforar, perforar” (igual que los republicanos le gustan gritarle a Barack Obama en sus manifestaciones “drill, drill, drill”) y eso, obviamente, tiene a la naturaleza como su primera víctima.
La defensa del indigenismo y de los movimientos sociales no es genuina. El Gobierno ha cooptado, dividido, presionado y acosado a todos los sectores que se le han opuesto. Para no hablar de la Conamaq opositora, cuyos dirigentes fueron chicoteados, de los del TIPNIS, que han sido perseguidos, y de todos aquellos que no comulgan con el MAS. El dicho del Presidente no debería ser “masismo o fascismo” sino “masismo o les pego”.
Xenofobia galopante. Todos los altos integrantes del Ejecutivo se llenan la boca con el supuesto “latinoamericanismo”, que sólo es más una frase hueca, vacía. Este es el Gobierno que peores relaciones tiene con el vecindario. Con la excepción de Ecuador, Venezuela y Argentina, con todo el resto el régimen “latinoamericanista” tiene dificultades: con Perú y Colombia la cosa está distante, con Paraguay las relaciones van mal, con Brasil ni qué se diga, con Uruguay no hay casi contactos (para no hablar de Chile, con el que tenemos una distancia histórica). ¡Y dentro de ese “latinoamericanismo” no debería entrar la xenofobia, pero cómo lo hace! Cuando hubo un problema con cocaleros en Apolo, hace poco, el Presidente dijo que se trataba de “peruanos”, cosa que después se comprobó falsa; cuando se trata de hallar responsables de hechos de narcotráfico, los ministros hablan de “brasileños” o “colombianos”; para defenderse de las críticas ante la inoperancia por la inseguridad ciudadana, las autoridades se quejan de “los peruanos”. Cuando un periodista hace un libro crítico, como es mi caso, se blande un pasaporte como si fuera prueba de delito.
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