Viernes, 18 de abril de 2014
 

EDITORIAL

Viernes Santo

Viernes Santo



La Semana Santa es un espacio que la gente se da para reflexionar sobre su relación con el mundo […] cómo hacer de la vida un espacio de buen vivir, solidario, comunitario, sin perder su propia individualidad

En la generalizada confusión que provoca aún la declaratoria constitucional de que Bolivia es un Estado laico, la conmemoración de la Semana Santa y, en especial, del Viernes Santo, rompe todo esfuerzo por opacar esta celebración católica pues, más allá de los deseos de muchas autoridades y dirigentes, la población boliviana es profundamente creyente.
Además, no es necesario ser cristiano para comprender el significado profundo de la Semana Santa para la humanidad. En ella se puede observar en toda su grandeza y miseria la actitud humana frente a la muerte y el dolor. Se debe recordar que el Domingo de Ramos es la fiesta de la victoria. En camino a su autoinmolación, este viernes, Jesús es recibido con aclamaciones por su pueblo, el mismo que, a los pocos días, sigue el calvario que atraviesa.
Además, Jesús sabe ese su destino y sufre apasionadamente, pero también sabe que debe marchar hacia él si quiere cumplir con su decisión de enfrentar el mal y la muerte.
Probablemente y al margen de la fe de la gente, es esta significación la que sobrecoge en Semana Santa y hace que la celebración sea virtualmente universal. O que pese a intentos planificados e incluso violentos por erradicarla del sentimiento de la gente, esta creencia ha fracasado porque pasados los años y al menor resquicio la gente vuelve a expresar esa creencia.
Es que los seres humanos, que tienen la capacidad de distinguir el bien del mal, de relacionarse con los otros y ser parte de una organización humana, no pueden comprender cómo es que su propia trascendencia puede quedar trunca con la muerte, como bien nos recuerda el filósofo Fernando Savater al afirmar que “para los humanos, que somos capaces de tener la conciencia previa de la muerte, de comprenderla como fatalidad insalvable, de penarla, morir no es simplemente un incidente biológico más sino el símbolo decisivo de nuestro destino, a la sombra del cual y en contra del cual edificamos la complejidad soñadora de nuestra vida”.
Desde otro enfoque, la Semana Santa es un espacio que la gente se da para reflexionar sobre su relación con el mundo, y se lo hace de distintas maneras y comprensiones que, al final de cuentas expresan una misma necesidad: cómo hacer de la vida un espacio de buen vivir, solidario, comunitario, sin perder su propia individualidad.
Así, Semana Santa y particularmente Viernes Santo permiten estas reflexiones que ayudan, finalmente, a cumplir la rutina no sólo como un destino ineludible, sino como un espacio de cocreación a partir de la participación social del ser humano.
Para los creyentes, además, es un tiempo de expiación por lo malo que hemos hecho o el daño que hemos causado, el que debe ser seguido de la firme convicción de rectificar ese tipo de conductas sobre la base de un bien mayor que precautelar.
Lo señalado es lo que hace que esta rememoración sea universal y trascienda el debate sobre si el Estado es o no laico.