¿ES O NO ES VERDAD?
La alegría de la Pascua
La alegría de la Pascua
José Gramunt de Moragas, S.J..- Para creyentes y no creyentes, el hecho más extraordinario de la historia universal es la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.
Lo más difícil de entender es la resurrección al tercer día de haber sido crucificado en medio de dos ladrones, resucitado y ascendido a los cielos. Sí, difícil de entender. Tan solo con el don de la fe logramos acercarnos al misterio de la salvación del género humano. En este caso, la “diosa” razón cede voluntariamente sus argumentos ante la superioridad del misterio de la fe.
Jesús no murió en la cruz simplemente porque los sacerdotes de la antigua Ley, los escribas, los fariseos y el oportunista político de Pilatos, “embajador” del Imperio Romano, se lo quisieran quitar de encima. Jesús vivió y murió, sobre todos, para ganarnos una eterna bienaventuranza. Otra vez, cuestión de fe.
Ahora bien, la fe que salva debe ir acompañada de obras. En apretada síntesis, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Sí, difícil, pero posible. Así lo atestiguan miles de millones de hombres y mujeres de toda raza y creencia que han testimoniado con sus hechos, el amor a Dios (tal vez desconocido) y al prójimo con generosidad y sacrificio. Déjenme pensar, sobre todo en el amor sin regateos de tantas y tantas madres… Testigos insignes de la fe fueron millones de hombres y mujeres que entregan sus vidas al servicio de los pobres, enfermos, abandonados y de los viejos. (Viejos, venerable “profesión”, mal llamados “adultos mayores”. ¡Ridículo!) Pienso también en los que se proclaman ateos o a quienes creen serlo, pero que en el fondo no se cierran a la esperanza de que dejen de serlo. Los que buscaron a Dios y no encontraron. Otros que no lo buscaron y sin pretenderlo, lo encontraron. Otros que, ni lo uno ni lo otro. Y en la legión de los nomeimportas. Allá ellos. Aunque nadie puede estar seguro de que, algún día, Dios les salga al encuentro, a la vuelta de la esquina.
Todavía más. Millardos de obras artísticas, desde la más simple imaginería popular hasta obras maestras de pintura y escultura de los artistas más inspirados de la historia. Incontables iglesitas del campo que irradian bendiciones a las cosechas de trigo, a la vendimia de la uva y a la cría del ganado. Y las grandes catedrales de todos los estilos arquitectónicos. Ejemplo singular es la basílica de la Sagrada Familia, de Barcelona, cuyo arquitecto, Antonio Gaudí, diseñó cada una de sus piedras y de sus coloridos vitrales con un sentido artístico innovador, alentado por una profunda fe.
¿Y la música al servicio de la fe? Empezando por la unción del canto gregoriano de los monasterios y siguiendo por las piadosas cancioncillas que acompañan la devoción popular en todo el mundo cristiano, hasta los exultantes ¡Aleluya, Aleluya! que cantan los coros de la gran obra musical de Haendel.
En Bolivia tenemos vivo el hermoso testimonio de los templos de las misiones jesuíticas de la Chiquitanía, en donde se guardan las antiguar partituras de música barroca, y la gente del pueblo canta al Señor en sus los lenguas autóctonas. Todas estas y otras composiciones musicales van entonando la alegría del Evangelio.
¿Y la pintura? Con un mínimo de sensibilidad, uno queda extasiado ante cuadros de los más insignes pintores. La fuerza expresiva de aquellas obras no se comprende si no se tiene en cuenta que aquellos soberbios pintores pintaban y oraban al mismo tiempo. Para al observador bien dispuesto le queda la gran oportunidad de mirar y orar. Algo parecido ocurre con la poesía mística española. Haga usted la prueba, con calma y buena fe.
Así las cosas, en estos días vivimos con devoción la Semana Santa. El jueves recordamos la cena de Jesús con sus 12 amigos de quienes se despedía con la institución de la Eucaristía: Dios con nosotros. Hoy, viernes, es día de inmenso dolor ante la Crucifixión. Dos bastos maderos en forma de cruz, tres clavos de hierro atraviesan manos y pies a martillazos. El centurión que hiere al corazón todavía latente del moribundo. Dos ladrones a cada lado. Uno converso, el otro, contumaz. Y María, la madre al pie de la cruz, transida de un dolor infinito. “Todo se ha consumado”…. Dejo al atento lector con esta imagen.
Amigos lectores, y los que quizá no son amigos, me adelanto al próximo domingo para desearles una feliz Pascua de Resurrección. ¡Aleluya, Aleluya!
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