BARLAMENTOS
El cabo de policía y un país tranca
El cabo de policía y un país tranca
Winston Estremadoiro.- Hablo de un cabo de policía que promoví a oficial buscando su simpatía. Iluso de mí, prefirió ir a ‘ranchear’ faltando diez minutos para las 12, a pesar de la rogativa indigna de haber traspuesto el dígito siete y merecer alguna consideración. No me encontró defectos en lo legal, tenía los papeles en regla, inclusive un carnet de propiedad con foto de cuando no era pelón y mi bigote era azabache. Sin acabar la inspección técnica de mi viejo vehículo –que glosando una zamba argentina, poseo desde que era potrillo ya que virgen no era con el trajín en fábrica– me hizo vaciar el polvo blanco apaga-incendios de mi extinguidor: “¿ve?, ya no sirve”, me dijo. A su anterior víctima le objetó el suyo so pretexto de ser ‘chino’, y yo que me mordía la lengua por revelar que mi laptop de marca japonesa conocida era también “made in China”.
En eso una con escote revelador de redondeces saltarinas parqueó su BMW al frente, cruzó la avenida y en minutos salió oronda para retornar en 10 y recoger su roseta. “Debe ser la hija de algún coronel”, dijo alguno; otro más cínico, exclamó “ma’ que hija, querida será”. Yo filosofé en voz alta: “dos tetas halan más que dos carretas”.
La insolentada del cabo significó un par de horas más de incierta e impaciente espera. ¿Qué son dos horas más?, dirá alguno. Otro, crítico, indagará por qué esperé hasta las vísperas. Me declaro culpable de la tendencia boliviana de esperar hasta lo último, seguro quizá de otra prórroga acostumbrada. En mi descargo parcial, ya que el plazo no había fenecido, anoto que estuve de viaje una semana; llegadito a casa, por otra tuve que relevar a mi esposa, que viajó a ver morir a su hermano. Pobrecito el señor que contó que había comprado su auto el día antes…
Pues bien, el día anterior había depositado el dinero de una inspección que no es gratuita. A las 10:00 de la mañana estaba en una fila de cuatro cuadras; a las cinco y media avisaron que atenderían hasta el auto que estaba tres carros adelante. Esperé una hora más, confiado en aserciones del jefe de policía, de que los sitios de inspección trabajarían en horario continuo hasta las 10:00 de la noche. Los subalternos le hicieron quedar de mentiroso, al desaparecer dos horas para almorzar, y a las 6:00 de la tarde dejar filas de frustrados dueños. Un joven piloto de aerolínea que reclamó fue culpado de ‘faltamiento a la autoridad’ y le castigaron enviándolo a la cola de cuatro cuadras.
Me dije a mí mismo que no cesaría en el empeño. No hay mal que por bien no venga, a las cuatro de la mañana me despertó una infección intestinal, de aquellas que Jack Nicholson anotaba en un film que los viejos deben desconfiar de gases que se tornan chorros. A las 4:20 era el número 22. Olvidé una cobija, así que sufrí frío glacial de 5:00 a 7:00, a las 8:00 bendije a una pareja de vejetes que vendían café caliente y queque. En charla matinal con afables contertulios, lamentamos que los quechuas no fueran comerciantes como los aimaras; en eso apareció una vagoneta con un par de fenicios altiplánicos que ofrecían extinguidores, botiquines, señalizadores, etc. A las 11:30 una pareja de afables damas vendían sándwiches, que rehusé comprar porque asumí que almorzaría en casa.
Prometí hacerle famoso y cumplo, así hubiera completado con éxito el engorroso trámite. Un amigo circunstancial frustrado, joven él, se quejaba de haber perdido 12 horas de su vida. Yo le agradezco al cabo de policía las 22 horas perdidas de la mía, que a los 70 significan mucho más porque los vejetes tenemos menos zona. Mi gratitud tiene que ver con recordar por qué Bolivia es conocida como país tranca. El calificativo no es mío; lo acuñó Mariano Baptista Gumucio en una serie de artículos sobre la ridícula burocratización del país, que se ha agravado en tiempo de cambio quizá hecho verdad en el actual gigantismo supernumerario estatal.
Había escrito sobre el país tranca en 2011, lamentando otro engorroso trámite vehicular. En ése entonces, ratifiqué la tesis de que el Estado es un pésimo administrador que debería subcontratar servicios burocráticos a entes privados, oponiéndose a ello la podrida práctica de colmatar las entidades públicas de cuates, parientes y adláteres. Un carnet de militante del partido oficialista se podría añadir hoy a la lista de requisitos indispensables.
Quizá las almorranas del cabo de marras eran institucionales. Por ejemplo, pensando en la cédula de identidad, donde una entidad privada realiza con más eficiencia el trámite, privando a la Policía de los dineros que amontonaban en cajas de ron de segunda; hoy se depositan en una cuenta bancaria.
Tolerante que soy de las mañas humanas, tal vez el mal humor del cabo de policía era producto de un trabajo tedioso y repetitivo, donde la malacrianza se impone a la buena educación que deben practicar las autoridades, porque lo cortés no quita lo valiente. Si los niños aprenden a ser violentos con el ejemplo de los padres, en su trato con la gente cuyos impuestos le sostienen, ¿cómo un ‘sarna’ policial puede dejar de emular a superiores que le manejan a ‘carajazo’ limpio?
Bolivia es un país tranca. Debería preocuparnos, porque como lo dijera hace un año, aparte de otros males nos aqueja la infección de la ‘tramitologitis’, antesala del cáncer de la ‘coimitis’. Encima, sufre de la grandilocuencia mentirosa y el abuso de autoridad, sintomáticos de la epidemia de ‘populistitis’ de los países de la ‘Albitis’. ¡Enhorabuenitis!
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