Sábado, 19 de abril de 2014
 

ENTRE COLUMNAS

Tendremos cien años de soledad

Tendremos cien años de soledad

Rodolfo Mier Luzio.- Hay tiempo para para vivir y también hay tiempo para morir; lo difícil, es permanecer en el tiempo al margen de lo que significa la vida y la muerte, en una trascendencia a través de las letras, pero no letras sueltas, sino esas que son hilvanadas con la belleza de una prosa inigualable.
Ha muerto Gabriel García Márquez, Premio Nobel de literatura, novelista, guionista y periodista. Su vida como novelista, lo encumbró en la literatura mundial, con cientos de novelas y cuentos; como guionista enriqueció el cine, especialmente el mejicano; como periodista, reportero y columnista, a esta su actividad periodística García Márquez llamó “la carpintería de la literatura”, pero también dijo que era “El mejor oficio del mundo”.
Gabriel García Márquez, se fue, pero nos deja sus entrañable personajes, entre ellos, el inolvidable “Aureliano Buendía”. Para que lo recordemos con un párrafo de su novela “El Amor en los tiempos del Cólera” y admiremos su prosa, unas frases de ese su libro: “...La bahía era un remanso al amanecer. Por encima de la bruma flotante, Florentino Ariza vio la cúpula de la catedra dorada por las primeras luces, vio los palomares en las azoteas, y orientándose por ellos localizó el balcón del palacio del Marqués de Casalduero, donde suponía que la mujer de su desventura dormitaba todavía apoyada sobre el hombro del esposo saciado. Esa suposición lo desgarró, pero no hizo nada por reprimirla, sino todo lo contrario: se complació con el dolor...”
La notoriedad mundial de García Márquez comenzó cuando “Cien años de soledad” se publicó en junio de 1967, vendió medio millón de copias en tres años. Fue traducido a más de veinticuatro idiomas y ganó cuatro premios internacionales. El éxito había llegado por fin y el escritor tenía 40 años cuando el mundo aprendió su nombre. Por la correspondencia de admiradores, los premios, entrevistas, las comparecencias era obvio que su vida había cambiado; pero, su espíritu permaneció intacto y la humildad que aprendió desde su niñez, lo enalteció, porque sólo los grandes hombres saben que la humildad los hace grandes.
El “Realismo Mágico” de su prosa supo llevarnos a otros mundos de la mano de personajes extraordinarios y por las calles de su entrañable “Macondo”.
En una carta que escribió a modo de despedida, dijo:
“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo y me regalara un trozo de vida, aprovecharía ese tiempo lo más que pudiera. Posiblemente no diría todo lo que pienso, pero en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan”.
“Dormiría poco, soñaría más, entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz. Andaría cuando los demás se detienen, despertaría cuando los demás duermen”. Si Dios me obsequiara un trozo de vida, vestiría sencillo, me tiraría de bruces al sol, dejando descubierto, no solamente mi cuerpo, sino mi alma. A los hombres les probaría cuan equivocados están al pensar que dejan de enamorarse cuando envejecen, sin saber que envejecen cuando dejan de enamorarse”.
“Nadie te recordará por tus nobles pensamientos secretos. Pide al Señor la fuerza y sabiduría para expresarlos”.
Adiós Maestro, algún día no veremos en Macondo y ojalá pueda compartir una tertulia con nuestro amigo Aureliano Buendía.