Domingo, 20 de abril de 2014
 

COLUMNA VERTEBRAL

Adiós al Gran Narrador de América Latina

Adiós al Gran Narrador de América Latina

Carlos D. Mesa Gisbert.- En Historia de un Deicidio, la obra decisiva sobre la literatura de García Márquez, Mario Vargas Llosa definió con bella claridad la extraña y definitiva ligazón entre el escritor y sus demonios, una convivencia tormentosa y brutal entre la vida y la creación que envuelve sin remedio el alma del escritor. “Todo lo que he escrito en la vida me ha salido de las tripas” dijo el colombiano.
En Cien Años de Soledad estuvo su principio elaborado desde sus albores creativos. Allí sucede literalmente todo. Estalla América Latina. José Arcadio Buendía y Ursula Iguarán son los fundadores de una estirpe que nos nominará desde el primer día en el turbulento y generoso mito macondiano de la creación, la que nos confronta al mundo mágico y cargado de la humedad primigenia del barro que nos hizo. La Mamá Grande es la tierra fecunda y poderosa que todo lo hace y todo lo mira. José Arcadio es el pasajero irresponsable y transitorio de ese mundo maravilloso.
El comienzo de la novela de novelas es tan estremecedor, tan inolvidable, tan gigantesco como el del Quijote. “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía, había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…” Son los fundamentos del realismo mágico, es la saga de Carpentier de El Reino de este Mundo y El Siglo de las Luces, es la savia de los árboles y la sal del Caribe, ese mar tibio que lo envuelve todo y que marca la senda paradójica de esta región que, en la otra punta, Carlos Fuentes describiría como la más transparente, narrando las mesetas altas del México azteca, tan cercano a nuestra sensibilidad de habitantes de los Andes.
Gabo, como le decían sus amigos más íntimos, y como acabamos conociéndolo, fue un prisionero de la palabra. Supo desde siempre que escribir era su sino y que no hacerlo sería su cárcel. Escribió desde la crónica periodística cuyo ejemplo abrumador es Relato de un Náufrago. Y como en un camino que, machadiano, se va haciendo al andar, escribió Isabel viendo Llover en Macondo, La Hojarasca, El Coronel no Tiene Quien le Escriba, Los Funerales de la Mamá Grande y La Mala Hora. Todas con una sola Ítaca posible: Cien Años de Soledad.
Hay un episodio en su novela mayor que expresa una parte de nuestra historia continental, una parte también de la historia de su escritura “Tan pronto como José Arcadio cerró la puerta de su dormitorio, el estampido de un pistoletazo retumbó en la casa. Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta…” Un rastro, una ruta, un testimonio, un color. La sangre que avanza por toda la región y, junto a ella, el espantoso olor de la pólvora que lo inunda todo. El cadáver de José Arcadio, el de millones de latinoamericanos, sigue oliendo a pólvora, es el sino de la violencia, de la guerra, de la muerte. Pero esa senda es también la del extraño y penetrante olor de exóticas flores de Remedios la Bella. Es la tierra comida que alimenta, el alma leve e inasible que se eleva y que expresa un mundo interior enajenado de la realidad, la mirada transparente de quien poco tiene que ver con las incontinencias y miserias del cuerpo...
¿Cómo escribir, qué escribir después de una novela que es el principio y el fin de cualquier vida literaria, que es –cada vez me parece más claro– una de las obras imprescindibles de la literatura universal? Sólo sabiendo que allí, en las faldas de la imponente e inolvidable Ursula, quedaría depositado un legado imperecedero. García Márquez recomenzó con la figura del dictador latinoamericano, ese espécimen tan propio, tan brutal y fantástico sobre el que habían escrito Valle Inclán, Carpentier, Roa Bastos y Asturias, y logró un retrato melancólico y aún entrañable del hombre enfrentado desde el poder al espejo de su propia soledad. ¿Explica la novela su fascinación por Fidel Castro? Pero se acercó también a Bolívar –dicen que irreverente–, para dejarnos palpar lo más verdadero de la frágil humanidad del bronce que bajó del bronce para hacerse uno de nosotros y ser así entendido en su momento de mayor amargura.
Y entre los muchos libros que escribió en los cuarenta y cinco años que pasaron desde sus Cien Años, emergió una increíble historia de amor, la del aroma de las almendras amargas y los amores contrariados. Fue capaz de reinventar en ese tema que parecía haber sido exprimido hasta su última gota, una de las narraciones más verdaderas de la magia inexplicable de la pasión amorosa que ha sido contada millones de veces en todos los rincones del planeta. Sus amores en tiempos del cólera ratificaron la capacidad genial del escritor de oficio y de tripa.
García Márquez nos escribió hasta tatuarnos, definió nuestro mundo maravilloso y sobrecogedor porque, como descubrió Aureliano Babilonia en las palabras de los pergaminos, la historia de este continente aparecido desde el fondo de los tiempos como una inmensa nave en medio de dos infinitos océanos, es irrepetible desde siempre y para siempre, “porque la estirpe condenada a cien años de soledad no tiene una segunda oportunidad sobre la tierra”.