OBSERVATORIO
La literatura en los colegios
La literatura en los colegios
Demetrio Reynolds.- La “Avelino Siñani” parece que hace aguas por todo lado. Da la impresión de que se estaría hundiendo como el Titanic en altamar. El lujoso trasatlántico se construyó a prueba de todo percance; sin embargo, chocó con un gigantesco témpano y se hundió (1912). Un iceberg similar tiene al frente la reforma educativa, con amenaza de echarle a pique. Ese “hielo” para la tal reforma son los sindicatos y sus caciques.
Eludiendo la maraña, sólo tocaré algo específico donde –por lo antiguo– no hay mucha leña para la controversia. ¿Se enseña la literatura? Está en el plan curricular y parece que fuera una materia más para dictar clases. Con esa orientación anacrónica, no sería rara la “dictadura”. Como con las demás materias, lo importante es avanzar, aunque los alumnos no sepan adónde van, igual que muchos maestros.
La literatura es el mismo lenguaje en su forma artística o en su modalidad estética; no debe verse como novedad cuando aparece. Debiera entenderse como un proceso gradual que, conforme avanza, lo instrumental que era antes se transforma en arte, el arte literario. Si se concibe así, la literatura no se enseña, se induce a cultivarla.
Sería interesante preguntar a los docentes qué actividad realizan en el aula para enseñar y cuál es la de los alumnos para aprender. Los jovenzuelos y los niños van a eso: a aprender, y no sólo a recoger tareas para la casa. En la respuesta encontraríamos una valiosa información sobre qué teoría psicológica del aprendizaje aplican. La metodología didáctica no es sino la aplicación de esa teoría. Y es lo que califica su condición profesional.
¿Se acuerdan de un libro titulado “Educación del gusto estético”? Es de hace casi un siglo, de Carlos Medinaceli; pero sus planteamientos aún están vigentes. La literatura en secundaria tiene dos objetivos específicos, que son un verdadero desafío: el hábito de la lectura y el gusto estético. Nada que no tenga relación con dichos objetivos sirve. En función de ello, la selección criteriosa del material bibliográfico es fundamental.
Un profesor que no tiene el hábito de leer, ¿cómo puede inculcar esa virtud en sus alumnos? Lo que cuesta mucho, sin el ejemplo, es más difícil todavía. Se decía hace tiempo que los maestros desde que salen de la Normal no leen ni el almanaque. ¿Habrá cambiado esa triste situación? Al paso que vamos, tal vez no. Sin embargo, el papel y la preparación del maestro siguen siendo la clave del éxito o el fracaso.
Poner en contacto con los libros es otra delicadísima tarea. Endosarles de entrada, por ejemplo, la lectura obligatoria de un mamotreto de 400 o más páginas es crear una enemistad personal entre el libro y el potencial lector; significa relacionar la lectura con la imposición. A riesgo de parecer un subversivo, pero a respaldo de experiencia personal, diría que un par de cuentos y poesías seleccionadas o trozos de lectura para cada nivel y periodo escolar, siempre sería mejor, mucho mejor, que el horroroso programa oficial vigente.
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