DE-LIRIOS
Confesión de “origen” y “nacionalidad”
Confesión de “origen” y “nacionalidad”
Rocío Estremadoiro Rioja.- A partir de la infortunada declaración de la Ministra de Comunicación del actual régimen contra un periodista chileno, haciendo hincapié en el lugar de su nacimiento fuera de Bolivia, se ha desatado una ola de discursos esencialistas y xenófobos que es increíble que se sigan reproduciendo en el siglo XXI.
Como un botón, basta ver el reciente pronunciamiento de la “flamante” directiva de, nada más y nada menos, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, con representantes supuestamente elegidos por las “organizaciones sociales”, y que afirman no reconocer a un grupo de activistas “dirigido por una española”.
Asimismo, opositores se preguntan por los extranjeros que trabajan en el Gobierno y algunos aludidos con este tipo de manifestaciones xenófobas se desgañitan en “demostrar” su “bolivianidad”, y solamente falta que se saquen algo de sangre y “confirmen” que lleva los colores de la tricolor, tal cual hubiera una especie de “concurso” para verificar quién es, o no es, más “boliviano”.
En otras palabras, ¿desde cuándo en Bolivia es delito ser extranjero? ¿Acaso no tenemos una Constitución donde se indica que “el Estado prohíbe y sanciona toda forma de discriminación fundada en razón de sexo, color, edad, orientación sexual, identidad de género, origen, cultura, nacionalidad, ciudadanía, idioma, credo religioso, ideología, filiación política o filosófica, estado civil, condición económica o social, tipo de ocupación, grado de instrucción, discapacidad, embarazo u otras que tengan por objetivo o resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos de toda persona…”?
Además, siendo un país de migrantes, es terriblemente paradójico que pidamos un trato digno y no discriminador en el exterior, pero en casa juguemos a la “pureza nacional” con un tufillo nazi-fascista, exhibiendo, incluso, los pasaportes o certificados de nacimiento de las personas.
¿Será que vamos a volver al siglo XIX e indagar sobre el origen de padres, abuelos y tatarabuelos o ufanarse de las “alcurnias” de los apellidos? ¿Se sopesarán, con trasnochadas ideas, “sangres”, rasgos físicos, colores de piel, árboles genealógicos?
En ese caso, y ahorrándoles trabajo a las autoridades pertinentes, aclaro que nací en La Paz de padre y madre benianos, con apellidos de origen gallego, castellano y quechua (creo). Seguramente, como todo latinoamericano, en mi sangre tengo tanto de indígena como de ibérico (para más detalles, mi sangre es de color rojo-vino). Deseando, sin embargo, que mis rizos señalen un poquito de ascendencia negra por ser devota amante del jazz. A su vez, debo revelar, a riesgo de acusaciones de “terrorismo” en el “norte”, que mis rasgos parecen denotar un ingrediente “moro”.
Para mayores referencias, vivo en Plutón e insisto con mi “nacionalidad” adquirida en Andrómeda, porque, lejos de nacionalismos y esencialismos étnicos, estoy convencida que la humanidad es una sola, y cuyas fronteras, dilemas, guerras y amores apenas se desarrollan en un diminuto punto de luz afincado en una inmensidad difícil de concebir. Por último, con el objetivo de ilustrar mi “confesión”, si quieren les dejo una fotografía de las hormigas y termitas de mi patio, tan parecidas en su comportamiento –y en su pequeñez– a nuestra vanagloriada especie. Las mismas que, otra vez, se están sacando la mugre al disputarse un pedazo de jardín.
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