EDITORIAL
Peligrosa insubordinación
Peligrosa insubordinación
Es urgente que las autoridades estén a la altura del desafío y solucionen este problema respetando el marco institucional
La movilización de un importante grupo de sargentos y suboficiales de las Fuerzas Armadas (FFAA) ha traspasado todo límite, sin que las autoridades atinen a enfrentar el problema con ponderación y eficacia.
Esa falta de respuesta hace que la insubordinación se empodere e incluso obtenga aliados en algunos sectores de la sociedad civil como los dirigentes del magisterio sindicalizado, algunas federaciones universitarias y algunos movimientos sociales afines al Gobierno (cuya radicalidad, empero, se ha atenuado conforme las autoridades han “bajado línea”).
El Gobierno debiera hacer entender a los insubordinados y a la ciudadanía que sus demandas pueden ser clasificadas en dos ítems. Uno, aquellas que se justifican como reivindicaciones sociales: tener buen acceso a los servicios que presta la entidad castrense a sus miembros (hospitales, educación, vivienda, etc.), eliminando barreras que provocan profundos resentimientos. El otro, el discurso ideológico de presunta lucha contra la discriminación y la colonización.
Respecto a las demandas sociales, bien haría el mando de las FFAA en atenderlas oportunamente y en forma similar a los beneficios que tiene el estamento de oficiales, jefes y comandantes. Es decir, la atención a pacientes del hospital militar debe ser una sola y tanto el general más encumbrado como el suboficial recién egresado deben ser atendidos de igual manera. Asimismo, las oportunidades de ingresar a los diferentes institutos que mantienen las FFAA deben ser iguales para ambos estamentos, como también el acceso a programas de vivienda en función, obviamente, del salario que se percibe.
Probablemente hay otras demandas similares que deben ser atendidas igualitariamente no sólo como un derecho que asiste a los suboficiales y sargentos, sino porque responden a mínimos criterios de equidad y, también, sentido de sobrevivencia.
Otro asunto, totalmente distinto, es equiparar a los suboficiales y sargentos con los militares que han seguido esta carrera a partir del Colegio Militar. Valga una comparación: en un hospital trabajan médicos y enfermeros; los primeros han culminado un nivel superior de estudios y, como tal, tienen mayores responsabilidades que los enfermeros, por tanto, mayor ingreso y capacidad de mando que los enfermeros. Los militares profesionales han ingresado en el Colegio Militar, egresan como subtenientes y siguen la carrera militar que culmina en el generalato. En el caso de los suboficiales y sargentos, éstos egresan de la Escuela de Clases como suboficiales y llegan hasta sargentos. Ambos son parte de las FFAA y responden a una jerarquía previamente establecida y distinta. Se trata, por lo demás, de una organización universal.
La respuesta del Gobierno debe ir por explicar esta realidad y no por la de acusar a los dirigentes de los amotinados de presuntas inconductas personales como lo ha hecho, lamentablemente, el titular de Defensa, o de ser parte de un intento de golpe de Estado como han denunciado irresponsablemente otros dignatarios.
Es urgente, pues, que las autoridades estén a la altura del desafío y solucionen este tema a la brevedad posible, y lo hagan respetando el marco institucional establecido en la Constitución Política del Estado y la ley de las FFAA. Ir por otros caminos, sería extremadamente peligroso.
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