Miércoles, 30 de abril de 2014
 

EDITORIAL

Trabajo, salarios y desempleo

Trabajo, salarios y desempleo



Uno de los resultados no deseados de políticas que privilegian a los asalariados es el deterioro de la calidad de vida de quienes no lo son

Mañana, 1 de mayo, en Bolivia como en gran parte del mundo, haremos una pausa en nuestras jornadas laborales habituales con un doble propósito. Primero, para recordar a quienes a lo largo de las últimas décadas, en todos los países y en las más diversas circunstancias han contribuido de diferentes maneras a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores asalariados y, por extensión, de todos quienes mediante su labor productiva se ganan el sustento diario. Y segundo, porque los festejos del Día Internacional del Trabajo suelen llegar en nuestro país aparejados de los momentos culminantes de las pugnas por el incremento salarial anual.
Esa coincidencia le da a la conmemoración de esta fecha en Bolivia un carácter especial. Las circunstancias obligan a reflexionar sobre la difícil relación entre empleados y empleadores, entre empresarios y asalariados, entre asalariados y desempleados, entre trabajadores independientes y todos los demás.
Este año, a diferencia de los anteriores, quienes tienen un empleo fijo y por consiguiente un salario asegurado son los más conformes. Y no sólo porque el monto del incremento salarial dispuesto es mejor que sus precedentes históricos, sino porque también gozan de otras disposiciones favorables, como el beneficio del doble aguinaldo.
Los empleadores, pero sobre todo los más pequeños y medianos empresarios, están en el otro polo. Temen, y no sin razón, que la pesada carga salarial termine por superar sus fuerzas y los obligue a cerrar sus empresas o por lo menos a prescindir de algunos de sus trabajadores. En ambos casos, el aumento del desempleo es la consecuencia más previsible, peligro que paradójicamente es uno de los que más preocupa a los trabajadores asalariados más vulnerables que ven con miedo la posibilidad de engrosar las filas de los desempleados o trabajadores informales.
Es esa inmensa mayoría de la población boliviana que no tiene un trabajo estable, y por consiguiente tampoco goza de un salario fijo, aumentos salariales ni aguinaldos, la que con más recelo ve la aparente generosidad con que desde las altas jerarquías gubernamentales se distribuyen ventajas a los trabajadores asalariados a costa de quienes no lo son.
Tales temores no son infundados porque los hechos confirman que entre los resultados no deseados de políticas que privilegian a los asalariados es la tendencia alcista de los precios y el achicamiento del sector formal de la economía. Así, disminuye la proporción de quienes gozan de los aumentos salariales y de los demás beneficios que les asegura el régimen legal vigente y, en cambio, aumenta la de personas, sobre todo jóvenes, que viven al margen de la formalidad y, por consiguiente, fuera del alcance de los beneficios conquistados durante décadas de lucha por los trabajadores asalariados.
En ese contexto, vale la pena recordar que el verdadero significado histórico de esta fecha está indisolublemente ligado a las relaciones obrero-patronales enmarcadas en una ley que las regule. Por eso, cada avance de la informalidad a costa de las actividades legalmente establecidas es una pérdida que va en desmedro del sentido histórico del Día del Trabajo.