Domingo, 11 de mayo de 2014
 

RATIO IURIS

La lógica del acoso

La lógica del acoso

Cayo Salinas.- Una mirada más seria que coloque en su real dimensión la trascendencia y el rol que juega la mujer en sociedad, debería bastar para erradicar todo tipo de violencia física o psicológica. Lamentablemente no es así, razón por la cual, de este tema se sigue hablando diariamente aquí y en otras latitudes, en la perspectiva de generar una conciencia social que responda a los principios de equidad de género que tienden al ejercicio pleno y sin desigualdad, de libertades y derechos por parte de la mujer. Ésta, como el hombre, en sociedades bien estructuradas, forma parte de un andamiaje donde el concepto de igualdad prima por encima de cualquier otro valor. Incluso en esas sociedades el debate ha pasado a un segundo plano cuando en otras --como la nuestra– aún no.
Los síntomas de machismo, acoso y violencia que penosamente colocan a la mujer en estado de humillación e ignominia, se suceden constantemente en una muestra de incivilidad descarada y repudiable. Y no sólo se trata de acoso sexual, sino de violencia feminicida y de violencia contra la dignidad, honra y nombre que tiende a degradar y a desvalorizar la reputación de una mujer. Si los sistemas punitivos están creando un conjunto de regulaciones legales a efecto de tipificar la conducta humana en su interrelación con la mujer, es que andamos atravesando una etapa crítica donde a diario existen más “malnacidos” que tienen el tupé de agredir, golpear, humillar, denigrar, abusar y hasta matarlas. Por tanto, en esta materia no existen medias tintas, paliativos o causas justificantes de conductas que afecten su integridad.
El maltrato, como quiera que venga, sigue siendo maltrato cuando lo que predomina es un agente que emplaza una fuerza bruta física o psicológica, y cuando la agredida es mellada sin rubor y con el propósito de causarle mengua. Por eso anoto que la forma de violencia no pasa únicamente por el daño físico, sino también por el moral.
Lo dramático es cuando el agente siendo autoridad electa recibe, ante bravuconadas descalificadoras, una suerte de silencio cómplice de la sociedad, que en algunas ocasiones prefiere tomar determinado hecho como un episodio aislado o en otras, como parte de un comportamiento cultural que responde a usos y costumbres. No sólo fue el episodio con la periodista de una red televisiva, sino aquel que nos mostró la Tv en la que estuvo involucrada una mujer que portaba un casco de construcción o incluso los apelativos hacia un periodista comparándolo con un animal de carga, que dan cuenta de un comportamiento oprobioso, indigno de una persona seria y educada, y como no, más indigno si es autoridad pública.
La buena noticia es que Santa Cruz ya no tolera este tipo de ultrajes. Aquí lo único que corresponde es aplicar la ley 348 que está vigente para garantizar, cuando menos en la esfera jurídica, que las mujeres tengan una vida libre de violencia. Pero que el caso Percy Fernández debe servir, también, para mirar hasta dónde los usos y costumbres permiten hoy en día el continuo abuso de mujeres en comunidades rurales, las que al amparo de la CPE buscan una suerte de auto determinación donde se presentan situaciones en las que la mujer sigue siendo mellada y ultrajada. Por tanto no solo es Percy Fernández y sus majaderías, también lo son actos individuales y colectivos que deben ser combativos con la rigurosidad de la ley y con una política educativa que destierre todo tipo de machismo y de abuso de género.