DESDE LA TRINCHERA
Ciudadanos ordinarios y especiales
Ciudadanos ordinarios y especiales
Demetrio Reynolds
En el Macondo de Gabo, allá en Colombia, por la extraordinaria habilidad del escritor, la ficción se parece a la realidad. Aquí, en el Macondo plurinacional, ocurre al revés: la realidad se parece a la ficción; sólo falta que alguno de los panegiristas del régimen se anime a transcribirla; por ahí nos tocamos con algún premio: Planeta, Cervantes, el mismo Nobel, acaso. Por qué no; para ilustrar, aquí va una muestra: en el Macondo original, el gitano Melquiades vuelve del más allá por no soportar la soledad de la muerte. En tanto que en La Asunta de los Yungas, en Bolivia, un esqueleto se suicida. Vuelve para morir otra vez.
Decíamos que el Gobierno cocalero está agotando todos los recursos para asegurarse el triunfo en la próxima contienda electoral, con mucho miedo de no lograrlo; pero nos sorprende todavía con alguna cosa insospechada; a veces se parece a un mago que saca del sombrero otro conejo. Ahora último ha sacado de la manga la Carta de la Glorieta donde los ciudadanos de este país habíamos estado clasificados en dos categorías: ciudadanos ordinarios y ciudadanos especiales. Vamos a ver.
Los ordinarios son aquellos para quienes rige estrictamente la democracia. Así, para las elecciones, un ciudadano significa un voto. En cualquier parte del territorio nacional ese principio universal vale. “Todos somos iguales ante la ley”. En cambio, los de la otra categoría, como su nombre indica, gozan del privilegio de que su voto valga más, mucho más, y, en consecuencia, son los únicos que pueden conformar lo que se ha dado en llamar “jurisdicciones electorales especiales”, de donde salen diputados con menos votos. Son los “indígenas campesinos originarios, seres exhumados del remoto incario. (¡Oh, Macondo!).
¿Y la intimidante y machacona Ley 045 no prohíbe acaso el racismo y la discriminación?, dirá usted. Claro que prohíbe, pero cuando viene del otro lado, y no del lado del oficialismo. No hay que olvidar que también se cumple a rajatabla, es decir, autoritariamente, ese otro aforismo plurinacional que dice: “Para mis amigos todo; para mis enemigos, la ley”. Ni qué decir de la fantasmagórica “descolonización”. Cuando molesta, se la ignora de plano; cuando conviene, se agita cual palo de ciego a los cuatro vientos. Un ejemplo de ello es justamente la categorización electoral antes mencionada.
Para el próximo octubre, el oficialismo ha abierto un importante campo de batalla con las jurisdicciones electorales. Sólo el voto duro que funciona bajo consigna y a control remoto como los medios paraestatales, puede garantizar un triunfo contundente como se busca; por eso ha volcado ahora todo su esfuerzo hacia esas masas cautivas de tierra adentro, mientras que los cuatro gatos de la oposición disputan la candidatura presidencial, para disfrutar (lo suponemos) del alto honor de perder ante el opulento y poderoso contrincante. El tamaño del adversario califica la pelea; no es lo mismo perder ante cualquiera. De lo contrario no estarían abocados a la tonta disputa de quien va de candidato.
|