Domingo, 18 de mayo de 2014
 
. Corresponsabilidad

. Corresponsabilidad

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.

La historia humana y la historia de la salvación es un trecho a recorrer por todos. Es una historia larga y compleja, si así se la quiere ver, en la que todos debiéramos ser corresponsables. El hecho final de la salvación se va a dar cuando “Dios sea todo en todos” (1Cor 15,28). Ya estamos caminando por la quinta semana de Pascua y la Iglesia en su liturgia nos sigue invitando a vivir la Pascua como lo hacía en la Cuaresma, con el mismo énfasis, para que seamos corresponsables del don de la vida nueva de resucitados.
El domingo pasado, se nos convocaba a seguir al Buen Pastor y hoy se nos presenta Cristo como camino, verdad y vida. No hay cristianismo sin Cristo, el cristianismo es Cristo. Seguir a Cristo es mucho más que aceptar una doctrina filosófica, es lanzarse a una comunión de vida con Él, es una vivencia continua de vida con Cristo como dice el apóstol Pablo: “Vivo yo pero no soy, y es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20).
La primera lectura, 1Pedro 2,4-9, nos da el testimonio del camino que la Iglesia tuvo que recorrer, siempre en la búsqueda de la fidelidad al Maestro y a la misión que Él le había encomendado. La iglesia no nació completa y acabada en todos sus detalles. La iglesia se sigue haciendo cada día bajo la guía del Espíritu Santo, pero con no pocas dificultades, crisis, roces, problemas, conflictos. Todos los bautizados formamos la Iglesia de Cristo.
El Concilio Vaticano II afirma acerca del caminar: “La Iglesia no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo de la restauración de todas las cosas y cuando, junto con el género humano, también la creación entera será perfectamente renovada en Cristo” (LG 48). Por ello, es necesario escuchar siempre al Espíritu Santo que nos va indicando claramente el camino por donde debemos andar si queremos de verdad ser discípulos de Jesús. El Sínodo de nuestra Arquidiócesis de Sucre, como también de las otras iglesias, ha sido y sigue siendo pauta segura para vivir la vida cristiana.
Los miembros de la primitiva iglesia de Jerusalén eran de raza judía, pero diferentes en lengua y cultura, los cristianos de cultura griega se quejaban, como vemos en la primera lectura de hoy, porque sus viudas no eran atendidas como las judías palestinas. Aparecía como una discriminación. Para resolver el problema se crean los siete primeros diáconos.
La Iglesia, como nos dice la segunda lectura de 1Pedro 2, 4-9, es un pueblo sacerdotal cuyos miembros son piedras vivas del edificio eclesial, que tiene por piedra angular a Cristo. Ahora bien, el sacerdocio de los fieles –el sacerdocio real– se alimenta y se ejercita de diversas maneras participando sobre todo en los sacramentos. El primero de los sacramentos es el bautismo que nos da el participar en el sacerdocio de Cristo.
Los creyentes de la primitiva comunidad sentían la necesidad de la corresponsabilidad y esta conciencia los hacía partícipes de la marcha de la Iglesia. Se sentían pueblo llamado, pueblo sacerdotal, pueblo elegido para dar un culto a Dios en espíritu y verdad. No hay que confundir el sacerdocio común o de los fieles, nacido con la recepción del bautismo, con el sacerdocio ministerial o jerárquico, recibido con el sacramento del orden. Como nos dice el Concilio Vaticano II: “Aunque diferentes esencialmente y no sólo de grado, se ordenan sin embargo, el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo” (LG 10).
La enseñanza de los apóstoles que buscaban solucionar la crisis no debiera olvidarse en nuestras iglesias y comunidades parroquiales. La Iglesia sigue creciendo en Cristo y a través de Cristo con la ayuda y el esfuerzo de todos sus miembros, pues todos los bautizados somos “piedras vivas” en su construcción nunca acabada.
Este domingo hay una invitación a caminar en seguimiento de Cristo quien se autoproclama el CAMINO. El mismo Cristo nos dice que es verdad y vida. Y Cristo es camino y verdad para que tengamos vida plena. La verdad no es para ser contemplada, sino para vivirla. No se nos da para guardarla, como posesión, sino para servirla. La verdad cuando se la acepta nos toma, nos transforma, nos ayuda, nos guía, nos desborda y nos envuelve. La verdad nos conduce a la comunión con Cristo y de Cristo también a la comunión con el Padre; “nadie puede ir al Padre sin mí”, afirma Cristo. Por ello, bendigamos y demos gracias al Señor porque por el bautismo nos hizo miembros vivos de su Iglesia.