RAÍCES Y ANTENAS
¿Qué entienden los economistas sobre la felicidad?
¿Qué entienden los economistas sobre la felicidad?
Gonzalo Chavez A.
Comienzo este artículo respondiendo a la pregunta del título como un típico economista. Pues absolutamente nada y todo, depende del supuesto que se haga. En el primer caso, mucha gente supone que los economistas son fríos, calculadores, metalizados y hasta muy cuadrados porque creen que todo se explica por una fórmula matemática. Pero también existen aquellos que consideran que los economistas tienen su corazoncito y que por sus venas circula sangre azul pero muy dulce. En efecto, en los últimos años, la economía está intentando recuperar su status de ciencias sociales al interesarse por la felicidad de las personas. Al final del día, cuando las ideologías se dan un descanso, lo que cuenta es la alegría de las familias, la sonrisa de los niños y el bienestar de la gente. El desempeño económico es el medio y la felicidad de la población es el fin.
A estas alturas de la columna, Usted estará pensando que su humilde escribidor de domingo se ha puesto cursi y meloso, influido por alguna música de Julio Iglesias. Lamento decepcionarlos, pero soy un convencido de que la felicidad es una cosa demasiado seria para dejarla en las manos de los cantores y filósofos. Además no estoy solo en esto, varias agrupaciones de economistas y organismos internacionales han comenzado a medir índices de felicidad y a teorizar sobre el tema. Inclusive en el país comenzaremos una investigación de este tipo.
The Earth Institute, de la Universidad de Columbia, desde el 2011, elabora el ranking de la felicidad usando tres factores: 1)El bienestar que los habitantes de una nación dicen tener, 2) la esperanza de vida en el país y 3) la huella ecológica que deja el modelo de desarrollo. El Informe sobre la Felicidad Mundial 2013 revela que el país que se encuentra en primer lugar es Dinamarca, seguido por Noruega y Suiza. Bolivia ocupa el puesto 50 dentro de un ranking que mide la felicidad entre 156 países del mundo. Este lugar hace que el país tenga el puesto 13 de 19 en Latinoamérica. El índice de felicidad sería una buena aproximación de progreso social.
Desde una perspectiva más conceptual, el profesor Andrew Oswald es quien estudia en profundidad la economía de la felicidad. El supuesto fuerte de su teoría es que la riqueza implica bienestar. Es decir, que aquellos que dicen que el dinero no compra la felicidad en realidad no saben dónde comprarla o tal vez son lamas tibetanos despojados de todo interés material. Los resultados estadísticos de Oswald confirman el viejo dicho: ” El dinero no atrae la felicidad, pero ayuda a sufrir en París”.
Según el trabajo de Oswald, tener un casamiento duradero o poseer 160 mil dólares adicionales al año brindan el mismo nivel de felicidad. La gran diferencia es que los dolarachos no se quejan de falta de atención ni piden mimos. En algunos casos, el matrimonio puede ser un tremendo mal negocio, sino pregúntele a Donald Trump, que cada vez que se divorcia paga a su ex esposa el equivalente a un año de presupuesto público en Bolivia.
La pérdida de trabajo tiene un costo, en términos de infelicidad, equivalente de 96 mil dólares para el desempleado. Es decir que si a los norteamericanos e ingleses los echan de la pega su desdicha es como si les hubieran robado casi 100 mil verdes. Imagínese la tasa de tristeza que ahora se cierne sobre Grecia o España, donde la tasa de desempleo es elevada. En el caso de los jóvenes llega al 50 por ciento.
La investigación de Oswald señala que las personas más felices son mujeres profesionales, personas altamente calificadas y que tienen parejas. Los dos primeros hallazgos no me sorprenden porque confirman la teoría de la importancia del capital humano. El hallazgo sobre la felicidad de las parejas es sorprendente y bueno porque va a contramano de una idea muy difundida que sostiene que el matrimonio es la tumba del amor. Al parecer, también buenas condiciones materiales son el oxigeno de la pasión.
Según datos de Inglaterra, la felicidad también cambia con la edad y tiene el formato de una U. El mínimo de felicidad o el máximo de desdicha es alcanzado a los 43 años en los hombres y 40 en las mujeres, lo que da respaldo empírico a la famosa crisis de la media edad.
Otro hallazgo interesante del trabajo de Oswald es que no sólo importa la riqueza o ingreso absoluto, sino que las personas comparan sus rentas con algún grupo de referencia. Es decir están preocupadas con la distribución de las oportunidades y del ingreso, o de una manera más amplia, con la equidad en la sociedad. Es decir, el bienestar de la gente depende también de cómo se distribuyen los frutos del crecimiento y por ende de la felicidad.
La idea de medir la felicidad parece una excentricidad académica, pero es una tentativa de aproximar el desempeño económico, basado en indicadores como crecimiento de la renta o nivel de empleo, al cotidiano de las personas.
Finalmente, la última palabra sobre el tema la tiene Usted amable lector. ¿Siente en su corazón o bolsillo que es más feliz? ¿Corresponde a su vivencia diaria al puesto número 50 en el índice de felicidad mundial, que ocupa Bolivia?
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