Domingo, 1 de junio de 2014
 
El cultivo del cuerpo

El cultivo del cuerpo

Fray Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M.

"Tres jueves hay en el año que brillan más que el sol”, era un dicho centenario del mundo cristiano, que hoy parece no tener vigencia, pues la fiesta de la Ascensión del Señor a los cielos, ya no se celebra el jueves pasado, sino que ha sido trasladada a este domingo. Tanto el jueves pasado como hoy, domingo, son opciones buenas para que celebremos este gran acontecimiento con el que termina el hecho de la encarnación de Jesucristo.
San Juan Pablo II dio una definición de lo que es el Evangelio, cuando en la carta “Redemptor hominis” nos dice que es “un profundo estupor respecto del valor y dignidad del hombre” y en el Concilio Vaticano se nos enseña en la Gaudium Spes, n. 22 que “en realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, Cristo, manifestado plenamente, el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación”.
Dios se hizo hombre, o sea, se encarnó, tomó nuestra débil naturaleza humana, sin dejar la divina. Con esta acción, Dios se insertó en la historia, asumió la naturaleza en evolución, en crecimiento, en cambio de superación. La encarnación se inició con el SÍ de María, cuando ella concibió en su seno al Hijo de Dios.
Hoy, con la fiesta de la Ascensión, podríamos decir que se completó el proceso de desarrollo de la persona de Jesús, se cerraron las novedades en la historia del Salvador y Redentor. La Ascensión cierra una etapa visible del cuerpo de Jesús, hasta su vuelta al final de la historia del mundo. Jesús volverá nuevamente al mundo, al final de los tiempos.
Con la Ascensión a los cielos hay una vuelta del Hijo de Dios a su casa, pero con la novedad de un cuerpo humano glorioso. Aunque es un gran misterio este pasaje de la vida de Cristo, como otros tantos, pues él nunca dejó la intimidad de la unidad indisoluble de la Trinidad. La fiesta de la Ascensión celebra la exaltación de la naturaleza en el cuerpo humano, que inició este proceso en el vientre de María.
La Iglesia celebra jubilosa y se alegra en el triunfo de Cristo, pues él es la Cabeza y Señor de ella. Ha cumplido su misión en la tierra, ha alcanzado su plenitud en la subida a los cielos en esta fiesta de la Ascensión, esta plenitud es también en cuanto hombre. El Catecismo de San Juan Pablo II, el catecismo de la Iglesia, nos enseña lo que significa la Ascensión: “Participa en su humanidad en el poder y la autoridad del mismo Dios” (CEE 668).
Tenemos que reconocer humildemente que nunca vamos a conocer en este mundo, la profundidad del misterio de Cristo. No obstante esto, hay motivos más que suficientes con este acontecimiento y el del próximo domingo en Pentecostés, para alegrarnos y regocijarnos por estos triunfos de Cristo y de lo prometido hacia nuestras humildes personas.
Por todo lo anterior es conveniente replantearnos muchas cosas de nuestras actitudes respecto a nuestro cuerpo. El aprecio por el alma, de máxima importancia sin duda, se ha convertido para no pocos en ocasión de desprecio del cuerpo. Todo el esquema sacramental encierra una valoración del cuerpo y su aceptación como inseparable compañero del alma. Un clásico lema misionero decía: “Salva tu alma”. Este lema sigue válido. Cristo nos redime como personas, alma y cuerpo. Alma y cuerpo irán, como en Jesús, en su Ascensión, a participar de la gloria que nos tiene preparada en los cielos.
Hoy podemos afirmar que la Ascensión es la fiesta de la espera. Tenemos que comprometernos en la tarea que señala Jesús a sus discípulos antes de subir a los cielos. Ser testigos de él en todo lugar, esto conlleva muchas veces serias dificultades. Estamos llamados a llevar la Buena Noticia, o sea, el Evangelio, por todo el mundo.
Hoy celebramos muy acertadamente la Jornada Mundial de las Comunicaciones y los comunicadores católicos tienen una convocatoria del Papa Francisco para que se involucren en el anuncio del Evangelio, siendo testigos de Jesús, mensajeros del Evangelio a través de los medios de comunicación social. Descuidar esta tarea sería un pecado grave de omisión. Igualmente los fieles católicos cometen un pecado de omisión si no colaboran afectiva y efectivamente a los medios o la difusión del Evangelio. Jesús, antes de subir a los cielos, nos dijo a todos: “Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio, hagan discípulos...”.