Miércoles, 4 de junio de 2014
 

DE-LIRIOS

Rocío Estremadoiro Rioja

Rocío Estremadoiro Rioja

Outside.- Como en una pesadilla kafkiana, durante los últimos meses escucho ecos de la retórica de las dictaduras latinoamericanas. ¿Será que estoy pudiendo viajar en el tiempo y trasladarme a épocas pasadas? ¿Serán reminiscencias de “otras vidas”? ¿O será que en nuestra cultura política los discursos y actos autoritarios brotan tan naturalmente como la hierba tras un día de lluvia?
Una de las “enseñanzas” más arraigadas que los militares latinoamericanos adquirieron en su formación vinculada a la “Doctrina de Seguridad Nacional”, fue el discurso “antipolítico”, manto sangriento que justificó las dictaduras de los 60 y 70.
El discurso “antipolítico” se tradujo en acciones que empezaron cerrando las universidades, vaciándolas de “elementos peligrosos”, con los métodos que bien conocemos. No faltaron los libros “políticos” prohibidos y las quemas de miles de ellos.
Asimismo, se afirmó que en nuestros países “bárbaros” no estábamos maduros para la democracia y, por tanto, era necesaria la tutela de las FFAA. Cualquier organismo de representación fue reemplazado por ridículos remedos tecnocráticos como, en el caso de Bolivia, el Consejo Nacional de Reformas Estructurales (Conare), organismo supuestamente “apolítico” conformado en el régimen de Banzer.
Siendo que compartimos este pasado ingrato, ¿cómo es posible que ahora, en plena y “madura” democracia, nuevamente lo “político” adquiera una connotación negativa?
Comprendo el hastío ciudadano frente a la política partidaria, porque al ser presos de la historia, seguimos arrastrando una serie de lacras que parecen no mermar en el ejercicio de lo político y eso incluye, como una vez más se puede percibir, a lo que acontece en las universidades públicas.
Por un lado, gran parte de la izquierda boliviana, no ha podido librarse del mesianismo que involucra una serie de rituales y hasta promesas de paraísos inminentes de acuerdo a los preceptos de ciertas figuras glorificadas. El maniqueísmo de estos “neo cultos” es escalofriante, incluyendo su grado de despotismo para señalar con el dedo a los que están “fuera”.
Por otro lado, están los que con posturas reaccionarias, conservadoras y también autoritarias, reproducen los peores prejuicios que intenta superar la humanidad como el racismo, la xenofobia, el sexismo, la homofobia, el etnocentrismo, etc.
Pero los más, son los que sin ningún rubor en la cara y no importando su postura política, se mantienen en espacios de poder, generalmente llunk’eando al mandamás de turno. Son los que cambian de color partidario según la conveniencia y suelen ser muy duchos en todas las artimañas que se han adquirido en el manejo del Estado a lo largo de nuestro triste devenir.
Por supuesto que están las excepciones, aquellos que consideran que la militancia política y la función pública son maneras de contribuir a la comunidad y una cuestión de convicción que es permanentemente reformada y retroalimentada con ese fin.
No obstante, si usted es un “outsider” de la política “militante” y/o partidaria, déjeme decirle que su postura es “política”, porque lo “apolítico” no existe. Es decir, querido lector, que con lo que hace o deja de hacer, igualmente, tiene un posicionamiento político, desde el momento en que es parte de una comunidad.
Y le aseguro que si no tiene vocación de oveja y menos simpatía por los fanatismos religiosos, que si es honesto y crítico o, peor aún, si osa nutrirse del cuestionamiento permanente, allí es muy probable que usted entre en las distintas listas de los “peligrosamente políticos”.