EDITORIAL
El Día Mundial del Medio Ambiente
El Día Mundial del Medio Ambiente
Por su privilegiada situación, en nuestro país es particularmente intenso el debate entre el pragmatismo económico y conservacionismo ambiental
Hoy, como cada 5 de junio desde que hace casi cuatro décadas la Asamblea General de las Naciones Unidas decidiera dedicar un día especial a la salud del planeta, en nuestro país como en todo el mundo se conmemora el Día Mundial del Medio Ambiente.
El propósito de tal iniciativa adoptada en 1973 fue promover, a través de diversas actividades concentradas en ese día, una actitud más comprometida de los gobiernos, las empresas, las instituciones y los habitantes del planeta Tierra en general con los problemas del medio ambiente, y que motivados por una serie de actividades programadas para esa fecha reafirmen su preocupación por su protección y mejoramiento.
Durante muchos años, esta fecha pasó poco menos que desapercibida con excepción de quienes, con o sin ella, ya tenían una especial preocupación por temas ecológicos. Para la inmensa mayoría de la gente, en cambio, el problema nunca llegó a figurar entre los más merecedores de su atención.
Eso ha cambiado mucho durante los últimos tiempos. Y no tanto por la intensidad y eficiencia de las campañas promovidas por quienes más se identifican con la causa medioambiental, como por la creciente frecuencia con que salen a la luz noticias muy directamente relacionadas con el impacto que las actividades humanas ocasionan al equilibrio ecológico del planeta y con las muchas maneras como éste, a su vez, repercute en la calidad de vida individual y colectiva.
Grandes desastres como los de Chernobyl en la antigua URSS, derrames petroleros, o la fuga de material radiactivo de las usinas de Fukushima, han contribuido mucho a que el tema se incorpore a la agenda informativa y a las preocupaciones cotidianas de los pueblos y sus gobernantes. Tanto, que ya ni los más tenaces defensores de una actitud indiferente frente a la conflictiva relación entre economía y ecología se animan a negar la importancia del tema.
Es verdad, y eso también forma parte de las necesarias reflexiones, que éste como cualquier otro tema se presta a exageraciones y actitudes radicales que a veces lindan con un fundamentalismo desconectado de la realidad. Tales tendencias, si bien contribuyen mucho a llamar la atención colectiva sobre el problema por la eficiencia con que realizan sus campañas, tienen en cambio una influencia negativa desde el punto de vista práctico, pues, al negar la posibilidad y necesidad de una conciliación entre el pragmatismo económico y la preservación ambiental, dificultan la adopción de los cambios de actitud individual y colectiva.
Nuestro país, como es por demás evidente, no sólo que no es una excepción, sino que es uno de los puntos del planeta donde con más intensidad se da la confrontación entre pragmatismo económico y conservacionismo ambiental. Y no es casual que así sea, pues nuestro territorio es uno de los mejor dotados por la naturaleza por la cantidad y diversidad de recursos naturales, cuya explotación es el núcleo central de cualquier reflexión sobre la relación entre salud ambiental y crecimiento económico, lo que nos obliga a jugar un papel también privilegiado en los debates que se producen a escala planetaria. Es de esperar que gobernantes y gobernados estemos a la altura del desafío.
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