A TI, JOVEN CAMPESINO
¡Aborrezco mi vida!
¡Aborrezco mi vida!
P. Pedro Rentería Guardo.- Disculpad hoy, mis queridos amigos adolescentes del hogar-internado, por este título tan duro. Estoy seguro de que esos otros buenos amigos, los educadores, entenderán lo que ahora intento escribir. Y lo harán porque mi experiencia formará parte también de su día a día al lado de sus alumnas y alumnos.
Bien sabéis, chicos, cómo a la hora de hablaros de las cosas de Dios, a la hora de mostraros el estilo de vida que el Maestro Jesús de Nazaret nos quiere presentar (aprovechando este mes de junio, dedicado a nuestras maestras y maestros), me gusta partir de vuestras inquietudes, interrogantes, proyectos, sueños… De nada servirían las recomendaciones, sermones o ejemplos, si no tocan, si no iluminan, vuestro interior. Un interior que después se convierte en vida hacia afuera, hacia los otros.
- Ya sabemos, padrecito… –adivino vuestras palabras–. Usted nos pide que en un papel en blanco escribamos, de manera anónima, preguntas, deseos, quejas, nerviosismos. Y que lo hagamos con “total libertad y absoluta confianza”, usando sus mismas palabras.
Así es, changuitos. Al principio os cuesta entender el procedimiento. Siempre es difícil sacar lo que peregrina por adentro. Pero cuando captáis la idea y os ponéis manos a la obra, los papeles en blanco rebosan con mil cuestiones que contienen vuestro misterio, vuestro embrujo.
Después me corresponde leer cada observación y agruparlas por temas para comentar, debatir, lograr conclusiones y buscar la iluminación que nos ofrece la Palabra del Maestro. El diálogo resultante no tiene desperdicio.
- Le agradecemos, padrecito, que nos anime a escribir nuestros pensamientos porque nos resultaría más difícil hablarlos en público, compartirlos con los compañeros. Pero, ¿a qué se refiere cuando nos ha dicho: “¡aborrezco mi vida!”? –nunca falta vuestra oportuna pregunta.
Pues me refiero a esos papeles en blanco, de algunos de vosotros, en los que no tenéis reparo en manifestar –cosa que agradezco– un lastimoso proceso de autoestima herida, vulnerada. Autoestima que navega por oscuras cloacas de confusión, desencanto y desesperanza.
Es triste para un adulto leer lamentos vuestros como éstos: “No sirvo para nada”, “no sé por qué nací”, “soy lo peor, soy basura”… “¡aborrezco mi vida!”. Lamentos que en momentos críticos pueden provocar en la chica o el chico decisiones tan tremendas y erróneas como el suicidio.
Entiendo que en muchos adolescentes, y debido a experiencias traumáticas que incluso tocan la infancia, se da un doloroso proceso que llega a interrumpir ese crecimiento en madurez que deseamos para vosotros: un crecer en armonía, ilusión, descubriendo la belleza y bondad de todo lo que nos rodea. Un crecer en el amar y sentirse amados y respetados. Una madurez tocada con sonrisas y caricias, con juegos y canciones. Con anhelos de auténtica libertad.
Los educadores nos esforzamos en ofreceros estrategias que os ayuden a encajar las dificultades. A disminuir la ansiedad ante los fracasos, la enfermedad, las carencias económicas, la falta de diálogo en casa, la ineludible realidad de la muerte.
Porfa, jóvenes, muchachos y señoritas, no escondáis vuestros fantasmas interiores. Tened siempre un adulto de confianza con quien hablar, con quien desahogarse. Alguien que, sencillamente, os escuche. Os comprenda. Os quiera.
- Padrecito, tiene mucha razón. Nosotros necesitamos mucha comprensión y amor. Pero a veces no somos escuchados… -esta es la queja que una chica acaba de escribir en mi página del Face.
Ojalá que papás y familiares, maestras y maestros, intelectuales y políticos, todos quienes tenemos responsabilidad ante los adolescentes y jóvenes, seamos buenos “escuchadores”. Estemos siempre disponibles.
Más allá de nuestros negocios de adultos, de nuestras componendas estériles, de nuestras desavenencias y discordias, más allá nos esperan nuestros hijos, nuestros nietos, nuestros alumnos, nuestros queridos changuitos.
Ellas y ellos son lo más importante. Para que nunca aborrezcan su vida.
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