Lunes, 9 de junio de 2014
 

DÁRSENA DE PAPEL

El votante boliviano

El votante boliviano

Oscar Díaz Arnau.- El mayor conflicto del votante boliviano en general no radica tanto en el hecho de tener que elegir —como le ocurre a su homónimo de cualquier país del mundo— entre dos o más opciones, sino en la obligación (aquí el voto es obligatorio) de encontrar una propuesta convincente y, ante todo, saludable. De inicio, las aguas están divididas y por varios factores, uno de ellos el trabajo de hormiga que vino haciendo el masismo para diferenciar a los unos, “buenos” y por tanto socialistas, de los otros, “malos” neoliberales. Así de divorciados nos enrumbamos a octubre, por obra y gracia de la política beligerante.
Nada más que de paso voy a detenerme en la depresiva constatación de que, como el votante boliviano está siendo obligado a ponerse en un brete, las elecciones no necesariamente deben ser un acto reflejo de la felicidad; ni siquiera por el romanticismo de los que tienen el fetiche de asociar toda elección con una “fiesta” de la democracia. Aunque con mala cara, hay que votar. Y —esto es muy importante— procurar hacerlo en dominio de las facultades mentales, “a conciencia”.
Lejísimos de tener la verdad, y casi tanto de saber lo que le conviene al país, al votante boliviano se lo prepara a fuego lento para que haga lo que aprendió a fuerza de la costumbre: ir, un domingo de esos, camino a las urnas. Pero, ¿por quién votará?
1. El votante boliviano que decida renovarle su confianza a Evo Morales no será otro que el buen paisano, aquel hasta el infinito paciente esperador de la llegada del cambio. Aunque no tan convencido que hace ocho años, apoyará la re-reelección de un presidente que juró en falso que se iría a su chacra con una quinceañera luego de cumplir su segundo mandato. Por eso, este votante llevará su conflicto en el pecho, como el atormentado que no encuentra confesor para sacarse de encima ese pecado digno de las peores miserias.
El que vote a conciencia, por más enojado que esté, no debería tener dificultades para eludir la tentación nada cristiana de validar una postulación oficialista urdida en los entresijos de la justicia. No hay mucho que andar para toparse con las inconveniencias (o las laxitudes o las torpezas o las podredumbres) del MAS en el Gobierno. El hecho de que el Presidente sea —además de constructor y probador de canchas sintéticas— líder de un sector social que a sabiendas o indirectamente provee la materia prima para la droga que amenaza a nuestros hijos, es apenas un detalle.
2. El votante boliviano que no siente compromiso moral con el gobierno “del pueblo”, “de las mayorías” y otros tópicos deletéreos, se enfrenta a un conflicto menos culposo. Por ahora, el suyo radica no tanto en la usualmente ardua tarea de distinguir entre buenos y malos, sino en la todavía difusa alternativa con opciones reales al MAS.
Guste o no, una parte de Bolivia exige (necesita) oposición y no cualquiera, no una magra que dé lástima en octubre; es cuestión de obligación y de responsabilidad. Mientras el votante boliviano que no se deja impresionar por la coyuntura macroeconómica espera, a falta de emociones fuertes el país sigue con fruición —como a la telenovela brasileña— los episodios que unos días acercan y otros alejan a los precandidatos. Sin la selección en el Mundial, ni Evo siendo “PEVO” tiene chances de opacar el protagonismo mediático de una oposición dispersa pero hechicera en materia informativa.
¿Conclusión? El votante boliviano no masista habrá de armarse de paciencia, ¡al igual que el buen samaritano! En algún momento uno de los pretendientes se casará con la novia, dejando con los crespos hechos a los que se oponen a la unidad.