EDITORIAL
El fútbol, un rito mundial en peligro
El fútbol, un rito mundial en peligro
A partir de hoy, y durante los próximos 31 días, la dimensión cultural del fútbol será sometida a una muy dura prueba
A partir de hoy, el ritmo al que marcha el mundo entero cambiará. De un extremo a otro del planeta, sin importar diferencias de huso horario, pasando por encima de todo tipo de fronteras, la pasión del fútbol se apoderará de cientos de millones de personas que durante el próximo mes vivirán suspendidas en una especie de paréntesis que durará hasta el 13 de julio, cuando se conozca al nuevo campeón mundial.
Durante los próximos 31 días, a través de este juego, que no por nada es el más popular del mundo, se proyectarán de una manera relativamente inofensiva, las pasiones que en otras épocas, y hasta tiempos no muy lejanos, solían expresarse de maneras mucho más cruentas. Es que el fútbol es en el mundo actual el medio a través del cual se canalizan los mismos ímpetus que hicieron que el ser humano, desde la forma más primitiva de tribu hasta los modernos Estados nacionales, busque reafirmar su identidad colectiva contrastándola con la de los demás. El fútbol es uno de los fenómenos culturales más importantes, porque a través de los jugadores y de sus camisetas, que hacen de estandartes, se concilie toda una historia de rencillas, afrentas, humillaciones, triunfos y derrotas acumuladas desde los más remotos tiempos.
Por contraste, como efecto natural del reforzamiento de los vínculos de identidad colectiva, el fútbol es una fórmula infalible para hacer desaparecer, o por lo menos relegar a un plano muy secundario, los conflictos internos en cada país. La notable tregua que se produjo en Argentina en 1978 es la máxima muestra de los extremos a los que puede llegar ese fenómeno.
Hasta ahora –con la obvia excepción del paréntesis abierto entre 1938 y 1950 como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial que impidió la realización de los torneos correspondientes a 1942 y 1946– esa fórmula funcionó impecablemente pues cada uno de los 19 torneos anteriores cumplió a cabalidad su función ritual al canalizar a través del torneo todas las energías sociales hacia un objetivo y un interés común.
A partir de hoy, y durante los próximos 31 días, esa dimensión ritual del fútbol será sometida a una muy dura prueba. Es que por primera vez desde aquel ya lejano 1930, cuando comenzó a escribirse la historia de los mundiales, hay el peligro de que la capacidad cohesionadora del fútbol resulte insuficiente para conjurar las fuerzas contrarias. Si eso ocurriese, como muchos temen, estaríamos asistiendo a una de las primeras y más elocuentes expresiones de una crisis cultural de grandes proporciones.
Brasil, el país anfitrión, es donde por los antecedentes históricos es más visible y significativa la crisis cultural que se incuba alrededor del fútbol. Pero no es menos significativo lo que ocurre en Europa, donde las corrientes nacionalistas y xenófobas, en casi todos los países, han despedido a sus respectivas selecciones con expresiones de rechazo porque las consideran símbolos del despojo de su identidad nacional en manos de inmigrantes. Y son tantas las sombras que ya se ciernen sobre el XXI Mundial de Rusia y, peor aún, sobre el XXII de Qatar, que lo que ocurra en Brasil los próximos días trascenderá sin duda lo estrictamente futbolístico.
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