CARA O CRUZ
Un mapa maldito
Un mapa maldito
Raúl Peñaranda U..- Lo primero que ve un niño o niña de seis años cuando asiste a su primer día de clases en el país es el “mapa del desmembramiento” de Bolivia. Todos lo hemos visto. Está en todas partes. Se imprime de todos los tamaños. Figura en varios despachos del Palacio de Gobierno. Su versión en lámina escolar cuesta un boliviano. Ese mapa muestra los “territorios perdidos” (Acre, Chaco, Mato Grosso, Purús y el Litoral) y le dice al niño o niña que vive en un país de derrotados.
No sólo eso. Ese mapa es mentiroso, falso. Excepto la pérdida del Litoral, que no sólo nos restó territorio sino que anuló la cualidad marítima boliviana, los demás “desmembramientos” son discutibles y algunos de ellos directamente no existieron como los muestra el mapa. ¿O realmente alguien cree que Bolivia llegaba hasta las puertas de Asunción? ¿O que el país tenía soberanía sobre un territorio 600 kilómetros al norte de la actual Cobija?
El historiador Jorge Abastoflor ofreció una interesantísima entrevista al suplemento Ideas de Página Siete, que da pie a esta columna, en la que señala que Bolivia ha construido su historia sobre la idea de derrotas, despojos, abusos. Todos nos hicieron daño: españoles, chilenos, brasileños, argentinos. Abastoflor pide cambiar esa visión por otra, más acertada históricamente, alejada del derrotismo y orientada a mejorar la autoestima de los bolivianos. Aunque pocos lo saben, él demuestra que Bolivia ha ganado más guerras que las que ha perdido, por ejemplo. No sólo Abastoflor respalda esta nueva orientación historiográfica, lo hacen también otros historiadores como Fernando Sánchez, Robert Brockmann y Pablo Michel.
Pero tampoco podemos estar orgullosos solamente de uniformes militares, por más que pertenezcan a Ejércitos victoriosos. Bolivia es un gran país por un sinnúmero de otras razones, desde su gran diversidad geográfica y cultural, su hermoso y riquísimo folklore, su gastronomía de primer nivel, su patrimonio paisajístico y medioambiental, el ingenio de sus habitantes, la capacidad de organización y lucha de sus gentes, su amor por el trabajo esforzado, etc. El país fue cuna de grandes civilizaciones, dio origen a pensadores, políticos y científicos de talla y encarnó momentos de heroísmo egregio como la denominada defensa del Socavón.
Nada de eso aprenden los chicos y chicas en el colegio, no solamente en primero de primaria, sino durante sus largos, tediosos y muchas veces improductivos 12 años de enseñanza escolar. Lo que se les enseña es que somos perdedores, que nuestros problemas se deben a la acción de “los otros”. No hay que desmerecer la historia, evidentemente, con todo su legado, pero no tenemos por qué añadirle peso inexistente a las derrotas. Tampoco se trata de negar los problemas, como pobreza persistente, corrupción, caudillismo, desapego por las normas, entre muchas otras. Pero no exageremos.
Ya Jaime Paz intentó cambiar esta visión de la realidad y acuñó su afamado eslogan “Bolivia, país de ganadores”, pero todo se quedó en ello, en eslogan. La clave para ese cambio es una nueva educación, que siente las bases de una mirada distinta sobre nosotros mismos y sobre el futuro. Esa reforma educativa, que quizás no se haga nunca, lamentablemente, también debería lograr incentivar la imaginación creadora, dar las bases para ayudar a una reflexión crítica, entregar los instrumentos para resolver problemas matemáticos, apoyar la comprensión de textos escritos y estimular la integración social, la convivencia y la solidaridad. Pero con sindicatos tan fuertes que inviabilizan cualquier cambio y la falta de interés de las autoridades, que evitan el conflicto, ello es casi imposible.
Mientras tanto, por lo menos podríamos empezar por prohibir ese maldito mapa.
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