EDITORIAL
¿Cambio de vientos?
¿Cambio de vientos?
En la medida en que a la gente se le dice que todo está bien y nada lo está, comienza a aparecer el descontento que puede ir por donde menos se pensaba
La capacidad del sistema político-partidario para evitar confrontarse con la realidad es inmensa. El creado después de la recuperación democrática en el país fue perdiendo el contacto con la realidad hasta que en 2003, primero, y en 2005, después, se dieran cuenta de que algo andaba mal.
Sin embargo, hasta ahora creen que lo hicieron bien y que su derrocamiento fue producto del azar o de fuerzas oscuras que tenían ese objetivo. El ex presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, en una de las pocas intervenciones autocríticas que se le conoce, dijo, como se reproduce en un documental que se exhibió hace unos meses, que su principal error fue encerrarse en Palacio y no escuchar a la gente ni reconocer su descontento con el sistema del que él fue parte y víctima.
Pero, otra característica del sistema político-partidario es que lamentablemente sus operadores no aprenden de la historia ni de experiencias ajenas. Siempre se creen fundadores cuando, en verdad, no hay nada nuevo bajo el sol. En ese contexto y más allá del triunfalismo exhibido por algunas autoridades respecto a las conclusiones de la cumbre del G77+China, como las críticas de representantes de la oposición, particularmente la que proviene del viejo sistema político-partidario, lo cierto es que hay síntomas en la región de que los vientos están cambiando de rumbo. Y, obviamente, las razones para ello son eminente, pero no exclusivamente, económicas.
El virtual derrumbamiento de la cúpula militar-familiar que gobierna Venezuela y la crisis argentina, dos íconos en la región de presuntas formulaciones económicas distintas y que sólo trataron de revivir viejas y fracasadas concepciones económicas de la vida y las naciones, en un marco de creciente e intolerable corrupción, dan cuenta de que no es posible seguir por ese camino. Además, la comparación de estas experiencias con la de países como México, Perú, Chile y Colombia (en este país, pese a la guerra), en los que la mantención del modelo económico de libre mercado, democracia plena y creciente política de redistribución de la riqueza, les permite enfrentar mejor la pobreza y la exclusión.
Entre medio se encuentran países como Ecuador y Bolivia, donde, a la racha de los buenos precios de los recursos naturales se une un discurso radical de cambio, control y centralismo, y un conservadurismo en el manejo de sus respectivas economías. En ambos, con diferencias de magnitud y emergentes de sus peculiaridades, esa combinación tiene sus serios límites en el afán prorroguista de sus actuales autoridades que, con mucha audacia, intentan cerrar espacios democráticos de pacífica convivencia.
Por ello, estos gobernantes deberían aprender, viendo la experiencia de los gobiernos amigos, que la retórica triunfalista comienza a hacer aguas y la gente, a la que, también como por principio, los políticos consideran poco inteligente, comienza a darse cuenta de que no todo es como dicen que es. En esa dinámica y en la medida en que se le dice que todo está bien y nada lo está, comienza a aparecer el descontento que, al cerrarse las opciones democráticas, puede ir por donde menos se pensaba.
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