SATÉLITE A LA LUNA
¿Austeridad?
¿Austeridad?
Francesco Zaratti .- Austero viene de una raíz latina y griega que original y literalmente significaba “áspero, acerbo al gusto” y, figurativamente, “mortificado, penitente, retirado y silencioso”, de acuerdo con una docta columna de Alex Grijelmo (El País, 3/1/2013). Como he inculcado a mis hijos, ser austero es muy diferente de ser avaro o tacaño, porque el avaro es esclavo de sus bienes, mientras el austero los usa con sobriedad y libertad.
La austeridad es un acto voluntario, fruto de una sana valoración de los bienes materiales. En efecto, no tiene chiste proponerse un desapego a lo que no se tiene: no soy austero si renuncio a un jet privado que no puedo permitirme, pero puedo ser austero comprando un solo automóvil, aunque pudiera comprar dos. Además, como observa Grijelmo, en las sociedades modernas la palabra austeridad ha sufrido una involución y en lugar de una elección se ha vuelto una obligación. Por ejemplo, los gobiernos, especialmente en tiempos de crisis, suelen imponer coercitivamente medidas de austeridad a sus ciudadanos, inclusive sacrificando lo necesario.
Para no ir lejos, una de las primeras medidas (en realidad “símbolos”) del Gobierno del MAS fue enarbolar la bandera de la austeridad del Estado: se impuso un techo salarial y se rebajó drásticamente los salarios que no se ajustaban a esa norma, violentando decenales leyes sociales. Recuerdo una asamblea docente en la UMSA en la cual algunas colegas, entusiastas del proceso de cambio, defendieron con argumentos cuaresmales las bondades de la austeridad y la obligación ética de ponerse al paso de la conducta del nuevo Gobierno. A muchos hasta nos pareció justo y gratificante que esa rebaja fuera a parar a nuevos ítems de salud y educación.
Eran tiempos difíciles: el gas exportado todavía no había alcanzado los volúmenes y precios elevados de los años venideros y el IDH, aprobado en la legislatura anterior, recién empezaba a aplicarse. ¡Es más fácil aceptar la austeridad cuando no se tiene!
Como sabemos, esa conducta, como la mayoría de los símbolos que el MAS hizo suyos, quedó pronto reemplazada por actitudes más pragmáticas. Los aviones ejecutivos del gabinete, las excepciones salariales en las empresas públicas, las compras sin licitación y llave en mano, los regalos a sindicatos y cooperativas afines al MAS, el derroche de la publicidad autogratificante, los disfrazados gastos reservados y tantos proyectos millonarios fracasados han enterrado la austeridad gubernamental, aunque se la sigue imponiendo a la pequeña empresa privada legal, como bien pone de manifiesto una reciente columna de Hugo Siles E. acerca del Decreto 2002 del incremento salarial (Pagina Siete, 17/6/14).
La verdad es que desde el 2006 también la austeridad ha cambiado. Con una actitud propia de nuevo rico, cuando podría ser austero por su voluntad el Gobierno ha preferido emprender una carrera al despilfarro, de la cual la Cumbre G77 es sólo una muestra. ¡Cómo es difícil ser austero cuando se tiene! ¡Y, aún más, volver a serlo, cuando las circunstancias obliguen!
Decididamente en Bolivia no hay austeridad para pasajes, viáticos y joyas de oro a tiranos sanguinarios (que de paso tienen el descaro de hablarnos de democracia), no hay austeridad para promocionar internacionalmente declaraciones refritas e insípidas, no hay austeridad para dañar a la naturaleza y gastar sin controles en lo que no es necesario. Pero sí hay austeridad, hasta avaricia, para la salud, la educación y la ciencia, es decir para lo que más reclama el tan abusado lema del “vivir bien”.
Como diría un fanático paracolumnista: “¡Austeridad mis pelotas!”. Las suyas, por supuesto.
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