Miércoles, 25 de junio de 2014
 
El fútbol entre la voluntad y el deseo

El fútbol entre la voluntad y el deseo

Fernando Mires.- Los periodistas deportivos casi nunca pierden. Cuando gana la selección, alaban la estrategia del entrenador, la valentía del equipo, el brillo de los astros. Cuando en cambio pierde, le dan con todo. Pocos son los probos que analizan las condiciones del juego, las posibilidades que pudieron haberse dado, la contingencia que acompaña a cada juego porque precisamente es eso: un juego.
En cada campo de fútbol hay una ruleta invisible dando vueltas sobre el pasto. Es, si se quiere, la ruleta de la vida. Y bien; si no fuera por esa ruleta, el fútbol sería la cosa más aburrida del mundo. La vida también. Todo sería lógico y, por lo mismo, predecible. Así podemos entender al inolvidable Sir Stanley Matthews, quien cuando fue preguntado por qué la selección inglesa perdió uno de sus tantos partidos perdidos, respondió: “Pues, porque ellos nos hicieron más goles”. Así de simple.
El fútbol –decía el legendario Julio Martínez– no es como el boxeo donde se puede ganar por puntos. Pues si se tratara de puntos y no de goles, Chile pudo por lo menos empatar a Holanda. Pero ellos nos metieron dos, y contra eso no hay nada que valga. Es la fuerza del destino y “contra el destino nadie la talla” (Santos Discépolo).
A los jugadores chilenos no hay mucho que reprocharles. Jugaron bien contra Holanda, cumplieron. No obstante hubo un problema: Faltó algo en el juego, algo que acompañara a la perra suerte. Algo, diría yo, que está más allá de la simple voluntad de ganar, llámelo usted locura o pasión. Algo, en fin, que impulsa a jugar a un equipo –dicho en la expresión de Arturo Vidal– de un modo suicida. Ese “algo”, creo, marcó la diferencia entre el partido contra España y el jugado contra Holanda.
En estricto sentido futbolístico, Chile jugó contra Holanda mejor que contra España. Los jugadores cubrieron espacios, la marca fue excelente, saltaron hacia las pelotas altas más allá de sus posibilidades, los cambios fueron atinados, en fin, todo bien. Mostraron, además, voluntad de ganar. Sin embargo, esa voluntad no estuvo acompañada de un deseo muy intenso de ganar, ésa fue mi impresión.
¿Cómo? –preguntará más de algún lector– ¿quiere usted convencerme de que los jugadores chilenos no deseaban ganar? Exactamente, de eso se trata: lo querían pero no lo deseaban. Y para que se entienda mejor, me veré obligado a establecer la diferencia entre el querer y el desear. Diferencia que a muchos ha de parecer un ejercicio intelectualoide, o pura paja. Pero, en el caso del partido contra Holanda, y sobre todo del que se avecina, Chile - Brasil, esa diferencia juega un papel muy importante.
Querer –es mi premisa– es atributo de la voluntad. Desear, en cambio, escapa a nuestra voluntad. El deseo, al ser un deseo, suele anidar en los más oscuros rincones del inconsciente, sea este individual o grupal. Luego, la voluntad no sólo no es igual al deseo; en muchos casos es contradictoria al deseo. Más aún: Si no fuera por esa contradicción, o lo que es similar, por el conflicto que se da entre la voluntad y el deseo, los consultorios psicoanalíticos estarían vacíos.
La confusión filosófica entre la voluntad y el deseo proviene del gran Arturo, no de Vidal, sino del otro: Arthur Schopenahuer, para quien en su libro clásico, “El mundo como voluntad y representación”, la voluntad de ser es casi un sinónimo del deseo de ser. Tuvo que intervenir el psicoanálisis freudiano para establecer que la voluntad (o el querer) no siempre va acompañada de un intenso deseo. O dicho de modo más plástico, suele suceder que el deseo hace zancadillas a la voluntad.
“Quería decir esto, pero dije esto otro, mis palabras me traicionaron” he escuchado a no pocas personas. Evidentemente es así: el inconsciente suele traicionar a la conciencia. Síntoma tan humano captado mucho antes que Schopenhauer y Freud, por la teología de San Pablo (¿o por la de San- Paoli?) Escribió por ejemplo Pablo: “El querer está a mi alcance, el hacer el bien, no. De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero” (“Carta a los Romanos 7: 18-19”).
Pero volvamos al fútbol, ¿qué es lo que estoy afirmando? Muy simple, estoy afirmando que los futbolistas chilenos no deseaban, aunque querían, ganar a Holanda porque deseaban jugar contra Brasil. Y para jugar contra Brasil era necesario no ganar a Holanda. Y cuando no se desea ganar (ojo, no escribí “quiere” sino “desea”), suele ocurrir que se pierde. Eso no sólo es así en el fútbol. Lo sabemos todos.
Por el momento puedo fundamentar mi afirmación (la de que querían pero no deseaban ganar) no con pruebas sino sólo con indicios. Dos me parecen muy claros: El primero es que en casi todas las entrevistas, los jugadores dijeron –sin que nadie les preguntara– que no le tienen miedo a Brasil. Aránguiz tuvo incluso la “patudez” de insinuar que prefería que “lo cuidaran” para el partido de los octavos de final (no pensaba en México precisamente).
Segundo indicio, Sampaoli no mandó a Vidal a la cancha. ¿De cuándo acá tanto cuidado? Si para Sampaoli el partido contra Holanda iba a ser de verdad como una final –así dijo– habría sido capaz de mandar a Vidal con muletas a la cancha. Pero decidió “guardarlo”. De tal modo creo no equivocarme si afirmo que tanto los jugadores como el entrenador tenían la mente puesta en Holanda y el corazón puesto en Brasil.
Ahora ¿por qué ese deseo aparentemente masoquista de jugar contra Brasil? Hay dos respuestas: una lógica y otra ilógica. Desde el punto de vista lógico, si un equipo pierde con Brasil en Brasil, aunque sea por goleada y aunque no sea el Brasil de Pelé y Garrincha, nadie lo va a criticar. Es lógico, es normal. En cambio, si por algún motivo incierto el equipo chileno lograra ganar a Brasil en Brasil, se iría al cielo para convertirse en leyenda galáctica, aunque después pierda con cualquiera. Es decir, contra Brasil, Chile, como el proletariado de San Marx, no tiene nada que perder (ni siquiera sus cadenas).
Hay también una razón menos lógica. Los jugadores chilenos tienen algo en contra de Brasil. Así como ocurrió con España, acunan el deseo maligno de dejar como recuerdo otra torta. Ésa es la razón por la cual pienso que sólo hay una sola cosa segura: los cabros van a echar contra Brasil toda la carne a la parrilla. Si eso alcanza para un asado, es otro cuento.
En fin, tengo el presentimiento de que… No, no: dejémoslo hasta aquí.