Sábado, 28 de junio de 2014
 

PROJECT SYNDICATE

Las insatisfacciones del Mundial

Las insatisfacciones del Mundial

Jorge G. Castañeda.- En América Latina es sabido que la combinación de crecimiento económico, democracia representativa y expansión de la clase media ha conducido a la región a una trampa, en la que las expectativas de los ciudadanos aumentan más rápidamente que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerlas. Las frustradas clases medias, junto con los sectores tradicionales, organizan manifestaciones y disturbios y se deshacen en las urnas de los Gobiernos que no les responden. Sin embargo, pocos esperaban que esta ola de frustración amenazara al presidente más competente de América Latina, el colombiano Juan Manuel Santos, o a una de sus tradiciones más veneradas, el fútbol brasileño.
Santos ha gobernado en Colombia con audacia y efectividad durante cuatro años. No sólo ratificó un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos y abordó las violaciones a los derechos humanos de Gobiernos anteriores; también se mostró firme en cuanto a reformas importantes a pesar de las protestas masivas que realizaron el año pasado estudiantes, maestros, campesinos y empresarios. Si bien la economía no ha crecido con la rapidez suficiente para satisfacer las necesidades del país, ha tenido un mejor desempeño que otras de la región.
Más importante aún, Santos apostó su capital político en las negociaciones de paz y desarme con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) el poderoso grupo guerrillero (descrito frecuentemente como un movimiento “narco-guerrillero”) que ha asolado al país durante cuatro décadas. Aunque se habían logrado algunos avances desde que las conversaciones de paz comenzaron en Cuba hace tres años, las negociaciones procedían lentamente, lo que dio a opositores como Álvaro Uribe, el predecesor de Santos, tiempo suficiente para movilizar a la opinión pública en contra de las negociaciones.
Aprovechando la oposición generalizada a la amnistía para los líderes de las FARC –un componente esencial para alcanzar un acuerdo– los rivales de Santos convirtieron la primera ronda de las elecciones en un referéndum sobre las negociaciones. Santos perdió por casi cinco puntos porcentuales.
Los colombianos estaban insatisfechos y se desquitaron con Santos. Él se recuperó en la segunda ronda, pero ganó por un margen mucho menor del que se preveía hace seis meses.
Los brasileños también están insatisfechos y están canalizando su ira contra el Partido de los Trabajadores, en el poder actualmente. El Mundial de Fútbol que se está llevando a cabo en estos momentos y los planes para los Juegos Olímpicos de 2016 son símbolos prominentes de su liderazgo. Después del inicio del torneo hace unos días, la presidenta Dilma Rousseff, que se presentará para ser reelegida en octubre, comenzó a caer en las encuestas.
Los presidentes del Partido de los Trabajadores –primero Luiz Inácio Lula da Silva y luego Rousseff– creyeron que celebrar los dos eventos deportivos más importantes del mundo en un periodo de dos años señalaría el surgimiento de Brasil como una potencia mundial emergente, que serviría como una especie de “presentación en sociedad”. Su lógica, aunque un poco arrogante, tenía fundamentos. Sólo otros dos países –México y Alemania– pueden contar entre sus logros haber celebrado un Mundial y unos Juegos Olímpicos de manera consecutiva.
No obstante, el auge de Brasil no era tan sólido como sus líderes creían. En 2011, la economía dejó de crecer, y la producción se ha estancado desde entonces. El crecimiento de la clase media baja –que se había multiplicado por decenas de millones de personas en los años previos– se detuvo, y la deuda de los consumidores se disparó.
Incluso los crecientes precios de las materias primas, impulsados por la fuerte demanda de China, se volvieron problemáticos, y las expectativas de una inversión de los términos de intercambio generaron una incertidumbre significativa. En efecto, a medida que ha disminuido el crecimiento del PIB en China e India, también han caído las compras de materias primas brasileñas de esos países.
La idea que tenían los brasileños de que su país iba en camino de una prosperidad de largo plazo se ha destrozado y culpan de ello a Rousseff. En junio, un pequeño aumento de las tarifas del transporte público en São Paulo desató una ola de protestas en todo el país. Los ciudadanos estaban furiosos por la mala calidad de los servicios públicos prestados por un Gobierno que registra la recaudación fiscal más elevada de América Latina. En estas condiciones, los manifestantes también han denunciado la decisión del Gobierno de gastar miles de millones de dólares en infraestructura para el Mundial, incluyendo estadios, hoteles y aeropuertos.
Hace unos años, una gran mayoría de los brasileños apoyaban la celebración del Mundial en su país. Para mayo de este año, esa proporción había caído en un 50 por ciento –sorprendentemente bajo en el caso de uno de los fanáticos más entusiastas del fútbol– y había protestas pequeñas pero estridentes en todo el país. Los opositores de Rousseff quieren que las protestas trastornen el torneo, de modo que se dañe la imagen internacional de Brasil; algunos incluso esperan que la selección brasileña pierda.
Tal resultado no sería bueno para el país. Por más frustraciones que sientan los brasileños de clase media baja, un Mundial exitoso es su mejor opción. De manera análoga, en contra de las percepciones de quienes apoyan a Uribe, la reelección de Santos y su persistente búsqueda de la paz es exactamente lo que Colombia necesita en estos momentos. Mientras más ciudadanos entiendan y apoyen este esfuerzo, mejores serán sus posibilidades de éxito.
Toda esta incertidumbre es muy indicativa del estado en que se encuentran las cosas en Brasil y Colombia y, de hecho, en gran parte de América Latina. Un crecimiento lento, junto con altas expectativas, ha dado lugar a una insatisfacción creciente en la región, y nadie parece saber cómo resolverla, lo que deja a los ciudadanos y líderes aguardando, observando y esperando.