Miércoles, 2 de julio de 2014
 

DE-LIRIOS

Sucupira al revés

Sucupira al revés

RocíoEstremadoiro Rioja.- Confieso que con lo del reloj al revés, fue casi imposible no remitirme a una de esas historias de fábula que han enriquecido con lugares extraños, personajes estremecedores y paisajes fantásticos, la mitificación de América Latina.
Pensé en Macondo, no obstante que estamos lejos de asemejarnos a la magia de sus habitantes, tal vez porque nos falta la alegría de vivir tan natural de los colombianos, pueblo signado por violencias extremas, pero que, al mismo tiempo, en lo ocurrente y colorido de su jerga, en su música o en su aguardiente, se aprecia una cadencia muy difícil de igualar.
Rememoré a Comala y la sentí más familiar, solamente que carecemos de un Rulfo capaz de reverdecer la desgracia y la tristeza, y convertirla en brisa.
Vinieron a mi cabeza los relatos de Jorge Amado, aquel que cual niño juguetón y curioso, arranca con un solo gesto de su pluma una belleza tan sutil como contundente, hasta del terrateniente más negrero, generando una sensación de singular esperanza en la humanidad, tan necesitada estos días.
También me transporté al San Garabato del magistral Rius, y nos leí en las corruptelas y despotismos de Don Perpetuo, en las lambisconerías a los poderosos del burócrata Gedeón Prieto, en las mezquindades del policía Lechuzo, en las cartucherías de doña Eme o en la alcohólica sumisión de Chon. Pero como a los bolivianos nos cuesta reírnos de nosotros mismos, es muy probable que si existiera una versión boliviana de Rius estuviera proscrito en una cárcel de censura y silencio, seguramente en Oruro.
Por último, recordé “El bien amado”, telenovela brasileña de Alfredo Días Gomes, con la banda sonora compuesta por Vinicius de Moraes y Toquinho, y parte de una saga que ya no se halla, cuando todavía estos productos audiovisuales eran arte y servían para algo más que entretener.
En la novela, la principal autoridad de un poblado ficticio denominado Sucupira, construyó la obra “cumbre” de un cementerio que quería inaugurar con pomposa parafernalia. Y como nadie se moría, a nombre del “bien común”, de la “necesidad pública” o cuanto palabrerío vacío suele adornar las bocas de demagogos y politiqueros, Don Odorico Paraguazú, que así se llamaba el alcalde en cuestión, decidió hacerse cargo del problema, contratando un asesino para que acabara con algún desdichado que tendría el privilegio de estrenar su magno cementerio.
¿Cuánto hay de Odorico Paraguazú en la “gestión pública” en Bolivia? ¿En esa “gestión pública” que se centra en bonos y en canchas de cemento? ¿Esa “gestión pública” de carísimos espacios publicitarios, donde autoridades se ven inaugurando, con guirnaldas y sentidos discursos de agradecimiento, nada más y nada menos, que los sanitarios de un colegio? ¿Esa “gestión” que nos asegura que tenemos una “estrella” en el espacio, que prioriza la compra de autos blindados y aviones de lujo, pero que procura la “solidaridad” de la población cuando se trata de atención en salud de gente desesperada?
En ese caso, si fuéramos Sucupira, seríamos una Sucupira al revés, no sólo por la “genial” disposición que indica que los relojes del sur deben girar en el sentido contrario, sino porque los que torturan y degüellan perros, ahora insisten en que “protegen” la vida, mientras las más combativas mujeres del poder afirman que los feminicidios son culpa de la cerveza, y los acérrimos luchadores contra el racismo y toda forma de discriminación declaran que la homosexualidad es una enfermedad.