Domingo, 6 de julio de 2014
 

TAL COMO LO VEO

Los políticos y la opinión pública

Los políticos y la opinión pública

Waldo Peña Cazas.- Antes feroces enemigos –intercambiaban balazos y salivazos– movimientistas, adenistas, miristas y otras yerbas andan ahora en tiernos coqueteos y embelecos. Es el signo de los tiempos: en el democrático mundo de hoy, no se puede conseguir ni mantener el poder sólo con la coacción, y tampoco el éxito político depende mucho de las buenas o malas intenciones ni de la capacidad o incapacidad para superar situaciones adversas, sino de los desvaríos de una masa veleidosa llamada “opinión pública”, o sea de la opinión expresada en los medios:
Denuncias de corrupción, y abusos, encuestas o sondeos y todo lo que afecta a la imagen de los hombres públicos. La cuestión es construir una imagen, y tanto oficialistas como opositores subordinan ideologías y programas a las relaciones públicas, actuando siempre con criterios tácticos. Chambones, para colmo, pasan del insulto a la adulación, y en el trasfondo de sus arrumacos o peloteras se advierte intereses ajenos al bien común. Solo intentan impresionar a la opinión pública, y lo logran; pero dejando una mala imagen de sí mismos.
En el dinámico tira y afloja político, obedecer a criterios tácticos implica tomar decisiones apresuradas para resultados a corto plazo, atendiendo sólo a la solución de coyunturas inmediatas, descuidando el planeamiento del futuro de la sociedad. Se atiende a lo rápido y visible –obras faraónicas, elefantes blancos, doble aguinaldo, etc.– con una costosa publicidad que empobrece más a los presuntos beneficiarios.
Ni los partidos ni sus dirigentes estudian los problemas nacionales y sus soluciones, pues lo único que buscan es impresionar a la opinión pública achacando a los rivales sus propios vicios y culpas. No se preguntan parece qué necesita el pueblo, sino que le pueden ofrecerle para conseguir votos, aún sabiendo que es imposible cumplir las promesas. Esto daría la impresión de que, de uno u otro modo, hay una participación popular en las decisiones políticas; pero los ciudadanos no están informados ni se les permite tomar acción efectiva en cuestiones de Estado. No pueden fiscalizar a quienes reciben su mandato ni apoyar o castigar efectivamente sus decisiones ni sus acciones.
Por lo demás, la opinión pública no siempre es razonable, en el sentido de que debería predominar la lógica y la justicia. No sólo por falta de información, sino sobre todo por falta de formación de las masas, que tienen además criterios e intereses fragmentados. Aunque tuvieran amplia información, la mayoría de los ciudadanos no tiene capacidad para procesarla y llegar a conclusiones razonables, porque están sujetos a juicios y prejuicios ideológicos, rutinas y costumbres perniciosas, tradiciones, etc.
Todo ese amasijo de opiniones desprolijas y contrapuestas sintetizado en cifras estadísticas, sirve sin embargo para la demagogia. Por eso las políticas de gobierno son tan volubles y erráticas como la misma opinión pública y tan variables e imprecisas como los sondeos.
¿Por qué cualidades o defectos ciertas políticas o acciones públicas ganan o pierden la aprobación de la opinión pública? La sociedad boliviana, plural, heterogénea, desigual, no puede sentir ni pensar con uniformidad, puesto que tiene diferentes niveles de ingresos, de educación y de status. Tampoco los gobernantes tienen la capacidad de percibir el verdadero “clima de opinión” predominante, y para ellos la opinión pública son sólo los segmentos con poder: los empresarios, la iglesia, las fuerzas armadas.
Sin embargo, todos estamos obligados a votar.