Miércoles, 9 de julio de 2014
 

RESOLANA

¡Vamos a la feria!

¡Vamos a la feria!

Carmen Beatriz Ruiz.- En Bolivia amamos las ferias. En la mayoría de las ciudades cada barrio tiene su propia feria sabatina o dominical… al lado del mercado. Y los parroquianos compramos entusiasmados en las ferias con la incierta seguridad de que los productos sean más baratos o más frescos o más qué se yo que en el mercado, sin percibir que los productos vienen de las mismas fuentes y que las vendedoras son las mismas en uno u otro lado, atendiéndonos con su eficaz red de ramificaciones familiares.
Cada ciudad capital tiene su gran feria internacional, también abundan las artesanales; cada rubro tiene una feria especializada, cada colegio su kermesse y cada santo su verbena, que también son una especie de feria. Hay ferias famosas, como las del libro, la del ají en Padilla (Chuquisaca), la del pan en Arani (Cochabamba), la del vino en Tarija y mil y una más a lo largo del territorio nacional.
De hecho, las ferias comerciales se originaron en el calendario religioso a raíz de la nutrida lista del santoral católico de festividades de santos, vírgenes y mártires. En las ferias dominicales de los pueblos rurales hay celebraciones en la iglesia y la gente del lugar y de los alrededores aprovecha para comprar o intercambiar lo que necesita y no produce por sí misma, las y los jóvenes para coquetear, los predicadores para ganar almas y las ONG para hacer mercadeo social.
Nos gustan tanto las ferias y nos resultan tan útiles que estamos aplicando la misma lógica a la política. En los últimos años vimos cómo las campañas electorales se ampliaron en el tiempo hasta casi dar la vuelta al calendario y que las ofertas han ido subiendo en montos y en calidad, desde las consabidas libras de fideo a material escolar, becas de estudio, bonos, pavimento, canchas, estadios, carreteras, hospitales y más y más.
Pero, en este tiempo de preparación de las listas de candidaturas, el espíritu de feria política electoral se ha desbocado. Estos días la población es testigo involuntario de una exhibición de tratos, trueques, ofrecimientos, enamoramientos fugaces, desplantes y apresuradas alianzas contra natura, que no hay exposición comercial que se iguale.
Así es que, aprovechando de las habilidades político–comerciales de quienes fungen como operadores políticos de los partidos y frentes en el país y, como faltan pocos días para que se cierre la inscripción de las fórmulas, para optimizar el uso del tiempo y los resultados, propongo que en lugar de que las negociaciones sobre listas se hagan bilateralmente, en oficinas o cafés, el Tribunal Supremo Electoral instale una gran feria en cada plaza principal de las nueve ciudades capitales y que allí, con pantallas gigantes y transmisiones en vivo a través de canales de televisión y páginas de Internet, se realicen los arreglos y los pactos.
Las personas que se creen aptas, las que quieren ser, a quienes les hicieron creer, las que ya fueron tentadas o sencillamente las que se ofrecen como potenciales candidatas se vestirán con sus mejores galas electorales, poniendo a sus pies títulos, logros y muestras evidentes de sus trayectorias, y rodeadas de sus “valedores”. El Tribunal debe designar en cada caso una o un maestro de ceremonias con entrenamiento en remates para cacarear los atributos de los ofertantes y golpear el martillo cada vez que se cierre un trato.
Con ese método todo será más ágil y transparente y, de paso, al menos nos divertiremos o nos llamará la atención, algo que los políticos ya hace tiempo dejaron de provocarnos.