Domingo, 13 de julio de 2014
 
“La Gran Mascarada” (*)

“La Gran Mascarada” (*)

Juan José Bonifaz B..- En este tiempo preelectoral, todos tratan de ensalzar a la izquierda y anatemizar a la derecha. En resumen, ambas encierran sus “mentiras” si vemos con el prisma de la razón.
El famoso intelectual francés Jean Francoise Revel, en un libro en español, con el título de esta columna, desarrolla conceptos críticos sobre las corrientes neocomunistas en el mundo. Resumo fragmentos de una visión descarnada de un intelectual socialista, “honrado”.
Este ensayo muy leído en Francia en los últimos años, tiene como punto de partida la siguiente paradoja: a pesar de que el comunismo no se aplica en ninguna parte, se le condena cada vez menos; y a pesar de que es condenado casi universalmente, el liberalismo se aplica en todas partes. ¿Por qué?
Las políticas liberales se extienden en todo el mundo y, al mismo tiempo, en el plano ideológico, la insurrección contra el liberalismo se hace muy intensa. Se puede encontrar en un sistema liberal toda suerte de defectos, de injusticias, de desigualdades, justamente porque no parte de una construcción ideológica, sino de un manejo de la realidad, que es siempre complejo.
Las ideologías, como elaboraciones teóricas, son perfectas. La realidad nunca lo es. Adam Smith no postuló una teoría. Simplemente observó qué era lo que había permitido a unas sociedades volverse más ricas que otras y extrajo las consecuencias. Y son, por cierto, las sociedades liberales las que establecieron los grandes sistemas sociales. A ellas pertenecen la seguridad social, los subsidios familiares, las indemnizaciones por desempleo y otras prestaciones sustanciales. Claro que para lograr eso hay que crear riqueza, y la riqueza se crea dejando trabajar a la empresa privada y no ahogándola. No se puede proteger a los pobres con una economía deficiente.
Jean Francoise Revel es un sólido devoto de la lógica y del sentido común. Es un miembro de la Academia Francesa y filósofo de formación, egresado de la misma Escuela Normal de donde salieron un Sartre o un Raymond Aron. Su doble condición de periodista y explorador de la historia le permitió pronosticar, en su libro "Ni Marx ni Jesús", la muerte del comunismo cuando nadie creía esto posible. Pero ahora que la caída del muro de Berlín y la desaparición de la URSS le han dado la razón, se sorprende comprobando que no por ello se ha puesto en tela de juicio la validez del socialismo.
Sucede en América Latina, continente donde los dogmas de un marxismo primario sustentan al régimen de Castro, a los partidos de la izquierda social demócrata, al gobierno populista de Hugo Chávez y, desde luego, a las guerrillas en Colombia y en Chiapas. También esos mitos perduran en muchos socialistas europeos, pese a que un Felipe González, un Tony Blair, un Gerhard Schröeder y un Maximo D´Alema o un Veltroni se apartaron de Marx para darle otro rumbo a sus respectivos partidos.
“La mentira gobierna al mundo”. Muchas gentes fueron a la Unión Soviética en los años treinta y vieron las mismas cosas que André Gide había visto, pero pintaron otro cuadro. Entre ellas, el propio Malraux, cuando era un compañero de viaje del comunismo. Otros iban a la China de Mao y regresaban diciendo que todo era maravilloso sabiendo que eran mentiras. Al lado de ellos, había obreros franceses que iban a trabajar a la URSS y a su regreso contaban lo que habían visto a sus amigos en el café; algo mucho más exacto. Otro tanto ocurre en nuestro continente: política y económicamente nadie cree ya que Castro sea un ejemplo de nada. Pero juega en su favor, al menos para la izquierda, su antiamericanismo. Y luego existe esta especie de superstición en torno al concepto mismo de revolución. La culpable es la revolución francesa. Revolución es una noción sacralizada. Se piensa que es algo siempre noble y desinteresado. Tiene una connotación romántica. Todo lo que se haga en nombre de ella tiende a ser justificado.
“La Gran Mascarada” quebró un tabú al comparar el comunismo con el nazismo. La estructura de los dos regímenes era muy similar. Inclusive en la Alemania nazi había una gran admiración por la restauración del Estado que había hecho Lenín. Antes del Pacto Germano soviético de 1939, funcionarios nazis viajaron a la Unión Soviética para conocer el funcionamiento de los campos de concentración…


(*) De una entrevista de Plinio Apuleyo Mendoza al autor. Publicada en La ilustración liberal - Revista española y americana. N° 8.